Muchas veces, en niveles gubernamentales y municipales se presenta ideas y proyectos sumamente extraños, como uno último que “pediría un referéndum para cambiar nombre a La Paz” o, por lo menos, agregarle algo nativo, originario o “acorde” con tradiciones. Creer que una ciudad con historial tan antiguo como es La Paz puede estar sujeta a cambios de nombre o denominativos que no corresponden, tan solo porque alguna autoridad tuvo la peregrina idea, suena a absurdo y ajeno al espíritu y tradición de la ciudad.
La Paz recibió el denominativo por parte de quienes la fundaron y en alguna forma fue una especie de consigna y medio para “concluir con enfrentamientos entre dos jefes españoles” y se fundó la ciudad bajo el principio: “Los discordes en concordia en paz y amor se juntaron y pueblo de paz fundaron para perpetua memoria”. Esto reza en el mismo escudo de la ciudad y a nadie, desde los inicios, se le ocurrió cambiarlo o trocarlo con otra inscripción “más acorde a los tiempos en que se vive”.
Para el pueblo paceño no hay cambio o agregado que sirva, que tenga alguna razón o validez porque la ciudad de Nuestra Señora de La Paz es La Paz y nadie, por poder que ostente o detente puede tener la autoridad como para decidir un cambio que a todas luces resultaría absurdo y fuera de lugar. En el mundo, en muchos países hubo intentos para “cambiar denominación a ciudades”, pero surgió de inmediato la oposición popular y los nombres quedaron como originalmente fueron establecidos. Hay ciudades que, al margen del nombre que tienen, llevan algún término que simplemente resulta honroso para ellas, como es el caso de París, bien llamada “ciudad luz” y que todo el mundo quiere y honra porque se ha considerado a esta ciudad como patrimonio de la cultura; igual caso es el de Roma, denominada también “ciudad eterna” y no por ello a alguien se le ocurrió tomar esta designación y olvidarse de lo que siempre fue, Roma.
Tanto las autoridades gubernamentales como municipales tendrían mucho que ver y atender en la ciudad de La Paz y en el departamento por sí mismo: hay obras a medio construir, necesidades de infraestructura que es preciso atender; delimitación de límites que deberían estudiar y aprobar conjuntamente el Poder Legislativo; existe urgencia de adoptar medidas para evitar el excesivo cableado de la ciudad; hay urgencia de obras de alcantarillado, provisión de agua, cuidado de áreas verdes y tal vez lo más urgente: cambiar la red acuífera de la ciudad, que ya cuenta con mucho tiempo y que, con seguridad, debe presentar serias fisuras en lo interno; en fin, hay mucho por hacer y no cabe preocuparse por cuestiones que atentarían contra la ciudad y causarían mucho pesar a la colectividad.
La Paz, como cualquier ciudad del país, merece atención, inversiones, creación de riqueza y generación de empleo y todo ello muestra la necesidad de despreocuparse de “chabacanerías” como cambiarle de nombre o nominación.
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