Hace muchos años, mientras conducía un programa de radio, improvisé lo siguiente:
“En esta fría mañana de junio… te mando un cálido abrazo a ti que escuchas la radio y que en este instante estás saboreando un delicioso café caliente… mientras te preparas para salir rumbo a la oficina, feliz jornada”.
Luego presenté una canción, en ese instante recibí una llamada telefónica y una oyente me dijo:
“¿Gabriel, cómo sabías que estaba tomando una taza de café? ¿Cómo sabías que estaba a punto de salir a la oficina?”
Ambos nos reímos por la coincidencia, porque en realidad yo no lo sabía, simplemente estaba improvisando y seguramente a muchas personas la pregunta les pareció muy personal.
Esa es la magia del discurso radiofónico que, aunque esté dirigido a una múltiple audiencia, suena personal.
Generalmente, cada persona escucha la radio en un ambiente íntimo. Sin embargo, estando a solas o rodeada de colegas, familiares o amigos, siente que el discurso radiofónico está dirigido a ella, no percibe que sea un discurso grupal.
Por esta razón, la radio siempre será “alguien que le habla a alguien”, donde los locutores establecen un nexo comunicacional con el oyente, que implica cierta complicidad, una relación íntima que puede inspirar a los oyentes a cambiar sus hábitos, motivarlos a la acción o simplemente relajarlos.
La radio tiene el poder de alterar conciencias y los locutores son los artífices de este poder que (bien administrado) podría generar cambios positivos en la mentalidad de la población.
Ahora bien, ¿estamos utilizando correctamente este poder o lo estamos subutilizando?
(*) Director ejecutivo de Xperticia. Empresa de Capacitación y Asesoramiento en Comunicación. (Sigue a Gabriel Astorga y Xperticia en Facebook)