Víctor Hugo Rodríguez Tórrez
Los catastrofistas asumen que septiembre -mes de las ensoñadoras primaveras, la eterna juventud, la lozanía de los estudiantes, se dice del “amor”- se halla crecientemente anatemizado en las creencias de la gente damnificada en el mundo, por las brutales embestidas naturales que en la historia deparó el noveno mes y asumidas trágicamente por millones de mortales. En la edad moderna, el punto de partida al que concurre la mano humana, salvo error u omisión, podría ser estacionado en el 1 de septiembre de 1939, cuando el desquiciamiento desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Millones de personas murieron horrorosamente. Fue alterada la geografía política mundial…
Invasiones, guerras, ataques nucleares, golpes de Estado, mega atentados terroristas, bardas y muros humillantes, por incalculables intereses desvariados desatan ignominia, desamor contra los semejantes, ante la apatía del mundo “civilizado”. Éste dice acunar valores y sentimientos todavía nobles para “no dañar” al prójimo.
El hombre que detenta el poder, generalmente tapujado, omnímodo e ilimitado, está identificado como el bípedo que tropieza mil veces con la misma piedra, a partir de su mentalidad agresora.
¿Qué sucede cuando a la naturaleza y sus indomables fuerzas le viene en gana arremeter contra territorios espaciosos, megalópolis, costas marítimas, poblaciones medianas o minúsculas y comarcas generalmente aisladas y enclavadas lejos de las multitudinarias concentraciones, donde entre espanto y necesidades insalvables, a veces es posible hallar auxilio, refugio y asistencia para no perecer?
Estas dolorosas vivencias, por desgracia arteramente recurrentes, castigaron a México en el mes de sus glorias patrióticas, con un terremoto mayor y estremecedoras réplicas. Lapidó la existencia de más de 400 personas, a quienes injustamente les arrebató su derecho para continuar viviendo. Aquellas desgracias, empero, templan la reciedumbre del pueblo amigo atacado. Lo fortifican con indomeñable y milenaria valentía, factores que construyeron su premisa fundamental: “Como México no hay dos”. Resoplan sus cualidades, atributos y heroísmos, como lo fue su señera Revolución. Entre sus epónimas proezas, en 1945, junto a EEUU, el épico Escuadrón Aéreo 201 “Águilas Aztecas”, de la Fuerza Aérea Mexicana, protagonizó papel estelar aplastando a los aliados del Eje en zonas vitales del Pacífico asiático, contribuyendo entonces a la finalización de la II Guerra Mundial, con la que fue posible reimplantar la paz y la democracia intercontinental.
México no se arredra ante la violencia con la que le arremeten gigantescos movimientos telúricos, fantasmales tempestades tropicales y ciclónicas, enfurecidos maremotos, inundaciones aniquiladoras, y la constante activación de volcanes como el Popocateptl o “don Goyo”, Orizaba y Paricutín. Por similares fenómenos también son víctimas las islas caribeño-antillanas y el coloso estadounidense.
México guarda duelo en incontables familias por las penurias inferidas desde la madre natura. En la hora precisa reaccionó alentado por el presidente Enrique Peña Nieto, presente ante la devastación. Afrontó con coraje, determinación y admirable solidaridad social la gravedad del momento, algo que en Bolivia deberíamos asimilar “por sí las moscas”. La respuesta “como de rayo”, volitiva, unísona y didáctica es rehacer con paciencia las zonas afectadas. Los intrépidos “topos humanos” respondieron al mayúsculo compromiso. Hasta la perrita “Frida” reluctó salvando vidas. Al pie del cañón, con la conducta del desescombro difundida por la televisión y el periodismo escrutador, México enseña cómo se debe entender la magnitud de aquellas fatalidades, impartiendo la pedagogía de la reedificación, reacción inmediata de sus instituciones primarias y del área privada.
México, sociedad “a todo dar”, devenida de la estirpe azteca y cuyo portento cultural impresiona aún a la vecindad universal, se sobrepone con “puritita” fe de la furibundez natural y vicisitudes derivadas.
México “nuncamente” será abatido, proclamó en 1920, el Centauro del Norte, el general Francisco Villa.
Los bolivianos, quienes más nos parecemos a los mexicanos, vaticinamos: ¡Fuerza México!
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