Marchas en favor de Evo

Soy un convencido de que las marchas en favor del gobernante en ejercicio son demostraciones inútiles y poco emocionantes porque son, en el fondo, manifestaciones nada espontáneas y empujadas por una dependencia vital muy parecida a la servidumbre civil, pues no son otra cosa que una aglomeración de un grupo numerosísimo de empleados que agradecen el contar con una fuente de trabajo que alimenta a toda su familia.

De allí que el periodista describa con mayor alegría acerca de las manifestaciones en contra de los gobiernos, que aquéllas que asemejan a rebaños humanos que mansamente demuestran su gratitud al amo que les alimenta.

Es por ello que profesionalmente me encanta describir la iniciación y el desarrollo de las marchas de protesta contra los amos o un gobierno que sojuzga a sus trabajadores, o los humillan, o mal pagan… o aprueban normas que perjudican el desarrollo de sus actividades, como es el caso de los médicos y otros profesionales. Todos estos argumentos fueron tratados con especial cuidado con mi corresponsal ante el Palacio Real de la plaza Murillo, quien me comunicó que ella asistiría a la marcha convocada por el Movimiento Al Socialismo, llevando como bandera la reelección perpetua del presidente Evo Morales.

Al conocer su anuncio, le dije sinceramente que lamentaba que ella tuviera que cumplir con esa obligación, aunque ella se sintiera feliz por hacerlo y le recomendé que no se excediera en su entusiasmo callejero, pues soy un convencido de que ni Evo ni su partido necesitan de estas manifestaciones, pues todo ya está resuelto para que el líder sempiterno nos gobierne hasta su muerte.

Al dialogar sobre estos asuntos, le dije con franqueza que las únicas demostraciones callejeras que recuerdo y aprecio son las de protesta contra algo o contra alguien, pues requieren proclamar una pretensión y para ello se precisa valor y creencias en postulados justicieros; de allí que recuerde las manifestaciones encabezadas por un dirigente legendario, como fue el señor Juan Lechín y haya sepultado en el olvido la cháchara de quienes formaron un caricaturesco remedo de un Kremlin dirigido por el entonces presidente Juan José Torres.

Después de nuestra larga conversación, despedí a mi discípula periodística, instruyéndola para que en caso de que observara alguna repartija de dineros o de víveres a los asistentes, rechazara esas prebendas y me las hiciera conocer para denunciarlas públicamente en esta columna, que nos pertenece a los dos.