Los mandatarios de Estado

Los mandatarios de Estado, uniformados o civiles, carismáticos o no, jóvenes o mayores, queridos u odiados, pasaron a la historia con sus luces y sombras. Entendidos en la praxis y el pensamiento político, fueron y serán, por siempre, cabeza de gobierno, legítimo o espurio. Sean ellos de tendencia derechista o izquierdista. Con o sin amigos en el este u oeste, en el norte o sur del planeta.

Sobre aquella primera autoridad nacional ha recaído, en todos los tiempos y pueblos, la responsabilidad acerca de lo que se hizo o no en una gestión gubernamental. Nos referimos a logros y fracasos, avances y retrocesos de los mandatarios de Estado, en diferentes épocas.

Éstos, conscientes del momento histórico en que les tocó participar en las lides políticas, han asumido medidas transcendentales a favor de la tierra que los vio nacer, empero sus adversarios para ganar adeptos se parapetaron para objetarlos, descalificarlos y destruirlos. Los adjetivaron de todo, inclusive de serviles a fuerzas externas, de masacradores y conculcadores de libertades ciudadanas. Ello ha ocurrido y ocurrirá, porque son gajes del oficio.

“Miente, miente, miente que algo quedará; cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá. Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”, decía Paul Joseph Goebbels.

Animados por la vocación de servicio a la nación y al pueblo, sacrificaron la tranquilidad del hogar y la propia vida. Ofrendaron la sangre en el ara de la Patria y contribuyeron a buscar tiempos mejores.

“Viviré de mi profesión. Soy economista y cuento con la ayuda de mi hijo, que también lo es. No tengo decidido dónde me asilaré. Lo haré en el lugar donde pueda luchar más por mi partido”, afirmó en su caída, el 4 de noviembre de 1964, Víctor Paz Estenssoro (1), cuyo gobierno introdujo serias transformaciones en el país.

De esa manera quien asumió la reforma agraria, la nacionalización de las minas, el voto universal y la reforma educacional, salía al ostracismo. Había caído en desgracia. Pero las medidas adoptadas en su gobierno se mantendrían vigentes por decisión del nuevo régimen gubernamental.

Los mandatarios de Estado actuaron de buena fe en la búsqueda de un destino mejor. Jamás lo hicieron, que sepamos, para hacer daño político o económico a un país. Otra cosa es que hayan incurrido en errores, llevados por la angurria de lograr el Poder omnímodo. Otra cosa son las arbitrariedades o excesos que habrían cometido sus acólitos en el ejercicio de la administración pública.

Los mandatarios de Estado son seres incomprendidos y duramente combatidos, hoy como ayer, hasta por sus propios partidarios, que se alejaron por intereses mezquinos. Sus logros jamás fueron reconocidos ni rememorados. Pero sus falencias fueron duramente criticadas.

Todo lo que hicieron a favor de la Patria y del pueblo, nunca fue mencionado plenamente. Es que la historia, desgraciadamente, siempre se ha detenido en difundir los aspectos negativos, a fin de colocar a los mandatarios de Estado, sea cual fuere su origen social o color político, “en la picota del escarnio”. El propósito fue desprestigiarlos ante la historia y los hombres. Esa suerte han corrido muchos dignatarios de Estado. En suma: ellos deben actuar con sensatez para que la historia los honre por siempre.

(1) “Vistazo - La actualidad en sus manos”, La Paz, Bolivia, 8 de noviembre de 1964, Año 1, Nº 16.