El posible ingenio azucarero de San Buenaventura es un proyecto anhelado, desde antes de mediados del siglo pasado, por la colectividad paceña; se creía que, en caso de haber dinero, se podía “planificar, estudiar, hacer estudios técnicos y de factibilidad, ver qué posibilidades de cultivos de caña, con la sacarosa necesaria, y cómo se aportaría al desarrollo de la región”; se dijo, entonces, que el ingenio “debía ser modelo de trabajo y producción”; pero, habiendo el dinero necesario, el gobierno del MAS decidió, sin los estudios del caso, importar maquinaria y los implementos necesarios gastando la friolera de 253 millones de dólares -algo más de cinco veces lo previsto antiguamente-.
El “negocio de negros” que resultó el “Ingenio de San Buenaventura” ha derivado en una malversación de dinero y esfuerzos; y, lo más grave, una dilapidación de las esperanzas. Hoy, con todo lo instalado, luego de las pruebas realizadas aun con alguna “previa producción de azúcar” que nadie sabe qué destino tuvo, ocurre que los costos de producción serían infinitamente superiores a los de cualquier ingenio del país o del exterior. Las pérdidas acumuladas llegan a límites increíbles y los responsables hacen las declaraciones más fantasiosas sobre lo que “se esperaba de esta importante inversión”. Se dijo, por ejemplo: “la solución es seguir ampliando el área de cultivo”, cuando claramente se está operando a pérdida. Es también llamativo lo que expresó un “técnico”: “Se puede decir que el ingenio no está vivo ni está muerto, pero requiere de más bosque cada año para seguir funcionando”. Son opiniones o criterios “jalados de los pelos” que nada dicen y menos aclaran algo. Todo muestra que lo hecho no es más que fruto de la ineficiencia, la incapacidad, la irresponsabilidad y el nomeimportismo de quienes decidieron los gastos, los trabajos de instalación y una “producción” que resultó fallida, inútil y hasta absurda.
Ahora, ante el fracaso de “San Buenaventura” correspondería saber qué se hace tanto con las instalaciones como con las propiedades adquiridas para la infraestructura y, tal vez, para los cultivos de caña. ¿Será posible que algún ingenio donde se trabaja honesta y responsablemente, “absorba” semejante instalación y, tal vez, la utilice con miras a realmente producir azúcar? ¿Será posible la presencia de algún empresario audaz que se anime a realizar una inversión, por mínima que sea, para hacer algo útil con esas instalaciones? ¿Será posible que el gobierno, sin recurrir a “técnicos que nada saben”, estudie el caso y proponga lo preciso?; finalmente, ¿será posible que alguna vez sean instauradas las investigaciones del caso y se establezca responsabilidades por tanta pérdida?
El caso “es para llorar”; pero, por más que se lo haga, no habrá quién siquiera pida disculpas por los graves errores cometidos y de las cuantiosas pérdidas que significan para el país, un país que necesitaba ese dinero para invertirlo en algo productivo y responsable.
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