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[Jorge V. Ordenes-Lavadenz]

Quebec también propende a la independencia, pero…


Los franceses fueron los primeros colonizadores de la Provincia de Quebec. En 1793, ésta llegó a ser controlada políticamente por los británicos. Así, en 1867, Quebec se unió a las provincias de habla inglesa para conformar el dominio autónomo de Canadá. Desde entonces el idioma y la cultura ingleses han venido permeando Quebec progresivamente, lo que desde hace rato viene alarmando a muchos franco-canadienses, por el peligro de perder su idioma y su cultura. La inmensa frontera sur con EEUU tampoco ayuda en este trance.

Estos factores dieron pie a la formación de movimientos independentistas de vieja data, que en los años 1960 sirvieron de base al partido separatista “Parti Québécois” (PQ), conformado en 1968 por la unión del Movimiento Souveraineté-Association de René Lévesque, y el Ralliement National. El objetivo principal de PQ era obtener la autonomía política, económica y social de Quebec, para lo que en los años 1970 Lévesque introdujo los parámetros independentistas y convocó a los partidos políticos y a otras agrupaciones para apoyar lo que con el tiempo ha tenido resultados parciales que han convocado el suficiente entusiasmo, aunque no una mayoría electoral.

En 1966, el embajador francés en Ottawa quiso asociar a Francia con el centenario de Canadá, a lo que Charles De Gaulle respondió el 6 de diciembre de 1966: “… no tenemos por qué felicitar a los canadienses ni a nosotros mismos por la creación de un ‘Estado’ fundado sobre nuestra derrota de antaño y sobre la integración de una parte del pueblo francés en un conjunto británico. Por otra parte, esta unión se ha convertido en una precariedad…”. “Vive le Quebec libre…” fue su proclama que gente, incluso hoy, recuerda con bisbiseante frecuencia, pero acaso en 2017, todavía estén en minoría.

Ahora que el fiasco de los independentistas catalanes toma un giro de legalidad por decisión constitucional del gobierno de España, y considerando que la mayoría de los catalanes seguramente prefiere permanecer en España y la Unión Europea, cabe destacar que los devaneos separatistas no son nuevos en Europa y Canadá. En el viejo continente se los vive todavía en Padania en Italia, Escocia, Gales, Córcega, Basconia, Bélgica flamenca, Irlanda del Norte y hoy en Cataluña. En Canadá, el referéndum del 30 de octubre de 1995 había preguntado en Quebec si querían iniciar el proceso de independencia. El 50,6% votó NO contra el 49,4% que votó SÍ. La diferencia fue categórica, sobre todo si se compara con el resultado del referéndum de 1980, que dio el 60% NO y 40% SÍ.

En Quebec la propensión a la independencia aumenta con el tiempo, tanto entre gente de derecha como de izquierda. Esto con base en información oficial de 1995, comparada con la de 1980, y su resonancia hoy. En el referéndum de 1995 los separatistas no se violentaron ante su derrota, aunque el ex líder québécois, Jacques Perizeau, dijo que la derrota independentista de 1995 había sido “por dineros y por el voto étnico”.

Esa diferencia, si bien es de hace 22 años y su latente secuela hoy, se la ha venido interpretando como una amenaza a la unión canadiense de siglo y medio, ya que con un eventual triunfo electoral del SÍ, Canadá perdería ipso facto alrededor de un tercio de su población, lo que, entre otras cosas, significaría un debilitamiento en la capacidad de negociación y transacción de todo tipo de valores, bienes y servicios por parte de ambos… sobre todo teniendo cerca a EEUU, más allá a la Unión Europea, China y la Alianza Pacífico, y otras regiones que propenden a la integración económica cada vez más hablada y progresivamente más concreta, con resultados que precisan ajustes, que pocas veces resultan en desajustes y retrocesos, como es el caso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), sobre todo por iniciativa del actual gobierno de EEUU. Y que incluye a Canadá y México. La unión hace la fuerza y todos deberían o deberíamos bregar por mantenerla y, si es dable, forjarla.

 
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