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Aquel día de fines de enero de 1985 toda Venezuela se detuvo y miles se llevaron la mano a la garganta para sofocar sollozos emocionados con la voz de un niño que le cantaba a Juan Pablo II. La voz inocente de Adrián Guacarán llegó a todos los rincones de Venezuela que, en los ocho minutos de la balada “El Peregrino”, se sintió sobrecogida por una emoción misteriosa, como si de repente un portento milagroso llegara al país. Las imágenes de esos momentos sintetizaron la visita del Pontífice, que quedaron registradas como uno de los momentos más felices de la sociedad venezolana. Sin hipérbole, desde el barrio gigante de Montalbán, al oeste caraqueño, la voz del niño de 12 años vibró en cada rincón venezolano.
Adrián Guacarán murió el jueves, a los 44 años, arrastrado por el turbión de penurias que agobia a la sociedad venezolana. Padecía de insuficiencia renal que no pudo tratar por la escasez de medicinas que mata a centenas de venezolanos bajo una estadística macabra que solo crece. El miércoles murió una paciente con trasplante renal, 15 días después de recibir un riñón. Su organismo resistió esas dos semanas sin inmunosupresores, inexistentes en el sistema de seguros. Días antes, otra paciente murió horas después de haber denunciado que llevaba tres meses sin recibir las medicinas necesarias luego de un trasplante. Cada día mueren niños venezolanos por hambre o por falta de medicinas o desnutrición. La Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría calcula que en 2016 murieron 11.466 niños, un tercio más que el año anterior. Eso representa más de un niño por hora. El dato expresa la tragedia que se ha abatido sobre el que años atrás figuraba como el país más rico de América Latina y entre los más optimistas del mundo.
Solo en un hospital de Guaiparo, un barrio de San Félix, al sur venezolano, habían muerto 41 niños en los primeros nueve meses del año. En ese mismo lugar se han vuelto rutina los alumbramientos en el suelo.
Guacarán es la segunda figura del mundo artístico venezolano que muere a la sombra de responsabilidades del gobierno que preside Nicolás Maduro. En mayo, un balazo en la cabeza disparado desde la Guardia Nacional, la temible policía del régimen venezolano, cortó la vida de Armando Cañizales, un joven de 17 años, parte de uno de los grupos musicales más famosos de Venezuela. La tragedia llevó al renombrado director de orquesta Gustavo Adolfo Dudamel a reclamar la atención de Maduro hacia las necesidades diarias que esos días tenían a miles de venezolanos en las calles protestando contra el gobierno. El reclamo fue una ruptura del director musical con Maduro y su régimen.
Son constantes en las redes sociales los pedidos de auxilio a favor de pacientes urgidos de medicinas. Un dirigente chavista conocido hizo hace unos días un pedido al presidente Maduro, al Instituto Venezolano de Seguro Social y a la Asamblea Nacional Constituyente, designada a dedo por el gobierno, para que le faciliten medicinas para combatir la hemofilia que amenazaba la vida de su hijo de cuatro años. “No sigan permitiendo más muertes”, escribió Juan Carlos Prado, citado por el diario El Nacional. El propio Guacarán había escrito en su muro días antes de morir: “Saludos a todos. Soy Adrián Guacarán. Solicito con urgencia para mí Aldactone de 100 mg. Dios le pague”. El mensaje fue registrado a las 07:56 del 6 de noviembre. Una señora fue hasta el hospital y donó cuatro unidades de albúmina, pero fueron insuficientes para los volúmenes que el paciente necesitaba.
La descomposición de todos los tejidos sociales, políticos y económicos de Venezuela ha sido lograda en un tiempo relativamente breve: en los 18 años transcurridos desde que se instaló el Socialismo del Siglo XXI. Sociólogos y analistas políticos apuntan a tres causas para ese récord: Populismo, corrupción e ignorancia. Con las tres, combinadas en cualquier orden, los líderes venezolanos parecen haber compuesto una receta mortal de cómo acabar con la prosperidad de un país y, en algunos sectores como salud, lograr que retroceda décadas. Epidemias como la malaria y la difteria, hace tiempo erradicadas, se han vuelto una amenaza que llega hasta países limítrofes como Brasil y Colombia.
Todas las empresas del estado están fallidas, inclusive Pdvsa, que antes del ascenso del Socialismo Siglo XXI era, junto a la Exxon, uno de los conglomerados petroleros más ricos del mundo. Hoy está ahogada, entre otras causas por el peso de una deuda externa de 70.000 millones de dólares. (Es irresistible la comparación con las empresas públicas de Bolivia, pupila por excelencia del Socialismo Siglo XXI, donde, que se sepa, salvo YPFB, todas las empresas públicas trabajan a pérdida, resultado de un principio entre los socialistas criollos que privilegia la generación de empleo por parte del Estado sin cuidar de la competencia y los buenos resultados).
Es posible que para el régimen de Maduro y para los dos o tres que le tienen simpatía en el continente, la muerte de Guacarán no diga gran cosa. Las muertes por hambre y falta de medicinas son ya una realidad cotidiana, pero las gotas pueden acabar en turbiones y éstos arrastrar todo a su paso, una lección que parece aún no aprendida del todo por los regímenes sobrevivientes del experimento socialista Siglo XXI.
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