Algo más que palabras
Los campos de sangre y lágrimas proliferan por doquier en el mundo. Parecemos una generación perversa. Nadie estamos a salvo. El terror, la criminalidad, el permanente abuso contra los emigrantes y las víctimas de la trata, la devastación del medio ambiente, las mil contiendas entre territorios, países y continentes, nos están dejando sin luz. Cuando no se respeta la vida o la dignidad humana cualquier atrocidad nos puede sorprender en el camino.
Por ello, tenemos que aceptarnos en la no violencia, desterrar de nosotros cualquier pensamiento perverso, acogiendo en el corazón otro lenguaje más conciliador, para que retorne a nuestros andares la anhelada atmósfera de lo armónico, una vez reconciliados hasta nosotros mismos con el hábitat y hasta con nuestras propias familias, rompiendo de este modo la cadena de maldades e injusticias que nos impiden sosegarnos. Hoy más que nunca tenemos hambre de vivir unidos, amándonos unos a otros, aceptándonos y haciendo valer nuestra voluntad de lograr esa concordia que todos merecemos, aunque sólo sea como autosatisfacción personal del yo. Sea como fuere, o caminamos todos juntos hacia ese horizonte de alianzas o nunca hallaremos la paz.
En efecto, tenemos que cambiar nuestro estilo de vida, con un ropaje de pensamientos más auténticos, menos corrompidos por la mentira continua, para que impere más el lenguaje del alma que el de las armas. Tenemos que aprender a luchar por la justicia sin luchar. Quizás dando ejemplo, siendo más generosos y defensores de toda existencia, renunciando a ese mal que a veces se nos ha injertado en los ojos del corazón sin pedirnos permiso. No olvidemos que el mal, que no tiene otro naciente más que en nuestra propia mente, suele ser muy desolador a medida que va activando cadenas en seres humanos frágiles.
Así, en la actualidad, la violencia contra las mujeres y las niñas es una de las violaciones de derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo. Acabar con esta lacra requiere esfuerzos enérgicos para combatir la discriminación profundamente enraizada en ocasiones, pero también movilizando un cambio crucial en nuestra manera de cohabitar, donde los desacuerdos impulsen el diálogo sincero en vez de la fuerza, donde el respeto se considere más necesario que el pan, y la búsqueda del colectivo bien común irradie a toda la sociedad sin exclusión alguna.
Fuera, por tanto, los pensamientos perversos que nos destrozan como especie pensante. Son los pequeños gestos los que nos enseñan a cuidarnos unos a otros de modo incondicional. En este sentido, deseo hacer un llamamiento a favor de otras políticas menos agresivas y más reconciliadoras. A ciertos líderes actuales, con poder en plaza, solo les falta subir a las tribunas con un puñal en la mano. Con la misma aspiración, también suplico, que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños. En consecuencia, aplaudo la campaña mundial 16 días de activismo contra la violencia de género, desde el 25 de noviembre hasta el 10 de diciembre, que tiene lugar este año en el marco de una protesta sin precedentes en todo el planeta.
Sin duda, romper el silencio es el primer paso para que nadie se quede en la pena, en el dolor, en la miseria. Hay situaciones que son muy penosas. A los hechos me remito: Una de cada 3 mujeres sufre violencia en su vida; 750 millones de mujeres fueron casadas antes de los 18 años y más de 250 millones han sufrido mutilación genital. De igual modo, hago un llamamiento a favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de las armas nucleares. Téngase en cuenta que nadie se hace perverso de la noche a la mañana, de ahí que se requiera aplicar otros lenguajes más constructores en el desempeño de las propias responsabilidades de cada cual.
Ciertamente, todo en el mundo está interconectado, lo que nos exige alcanzar una unión en el linaje, basada en la consideración hacia todo ser humano. Así, nadie es más que nadie y tampoco menos que ninguno. El pensamiento y la palabra nos ensamblan. Lo importante, a mi juicio, es clarificar sensaciones para poder entenderse en la construcción de culturas pacíficas, dispuestas a cuidar esa casa común, que todos merecemos como aliento y esperanza. Por desgracia, nos bañan a diario tantos principios erróneos, perversos y falsos, que es menester recapacitar, pues corrompidas las mentes y los corazones, únicamente nos resta clarificarnos y reconducirnos, pues el diluvio de tanto fanatismo nos ha dejado sin tolerancia alguna, activando una temible y terrible espiral de violencia, a la que sólo podemos frenar con el prodigio de la clemencia.
El autor es escritor.
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