El Presidente de la República, por muchas razones que debe tener, de tanto en tanto lanza críticas en contra de algunos de sus colaboradores que son ministros. Él considera que la eficiencia y realización de proyectos debe ser continua y no acepta atrasos y perjuicios.
Muchas veces, en el presente gobierno, como pudo haber ocurrido en muchos de varias décadas, es evidente que la eficiencia ministerial no se la percibe en realizaciones que se espera, debido a que surgen dificultades para ejecutar presupuestos o, simplemente, por la carencia de planificación o la no eficiencia de personal que colabora, lo que da lugar a trastornos que perjudican cualquier gestión gubernamental.
Desde que inició su mandato el año 2006 y que ya se ha prolongado por mucho tiempo, el Primer Mandatario seguramente tuvo que lamentar equívocos que se han traducido en poca o ninguna eficiencia por parte de quienes debían colaborarlo eficientemente. La verdad, aunque cueste reconocerlo, es que las falencias se deben a que se ha ignorado la institucionalidad, factor importante para la concreción de cualquier programa de gobierno o, mucho más, de realizaciones que sean consideradas importantes.
La institucionalidad no solo radica en buscar y lograr la vigencia de las reglas y condiciones que hacen a las entidades, el sometimiento a leyes y disposiciones concretas que deben ser aplicadas para que haya funcionamiento racional en todo y, dentro de todo ello, la designación de funcionarios, que no puede estar librada a solo amistad o cumplimiento de compromisos partidarios, sino a que los elegidos posean las capacidades precisas, el profesionalismo debido, conforme a qué cartera de gobierno manejen, experiencias desarrolladas no solamente en diversos campos privados o públicos sino hasta desempeños en la cátedra universitaria, previas las especializaciones debidas. En otras palabras, ningún ministro de Estado ni colaboradores inmediatos pueden ser efecto simplemente de la amistad o de conveniencias partidarias porque, en cualquier circunstancia, lo que importa es si ese funcionario servirá para desempeñar cabal, eficiente y responsablemente las funciones encomendadas.
La opinión pública nacional, al margen de lo que la oposición haya observado en su momento, ha tomado conciencia de que el gobierno por buenas intenciones y mejores propósitos que tenga para gobernar, no siempre podrá tener resultados óptimos si no cuenta con equipos ministeriales sumamente capaces, honestos y responsables acordes a las necesidades del país; que las cuestiones político-partidistas queden de lado debido a la prioridad e importancia que tienen los asuntos del Estado.
Es mucho lo que el Presidente lograría con personal debidamente capacitado y, para ello, debe olvidar las designaciones “a dedo” que, en todo caso, solamente acarrean perjuicios, ineficiencia y consecuencias no convenientes tanto para el Estado como para el gobierno.
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