Muchas veces hemos escuchado decir que el poder corrompe, envilece. Analizando la conducta humana, se observa que la afición al poder es como una enfermedad en los seres humanos y especialmente padecen este mal quienes por circunstancias políticas llegan a ser dignatarios de Estado. De manera singular, quienes nunca ni imaginaron llegar a situaciones expectantes. Otras personas se empeñan en conseguir ese objetivo.
Observando la vida política y su desarrollo en diferentes escenarios del mundo, creo que definitivamente no es cierto que el poder corrompa. Lo que pasa es que cuando al ignaro se le permite entrar a la esfera del poder, éste con sus propios mecanismos lo corrompe. Entonces, casi como si fuera un dogma irreductible, se manifiesta que el poder corrompe. Y no solamente eso. Aunque la misma palabra esté tan contaminada, eso parecería evidente, independientemente de que en el mundo haya personas que en realidad son moralmente inferiores, e intentan ocultar su inferioridad con alguna de las clases de poder.
Un hombre honesto, con valores individuales, con principios ético morales, al llegar al poder no tiene por qué correr el peligro de corromperse, si no abusa de ese poder y lo utiliza para servir a los demás, por lo que adquiere respeto, prestigio.
En “El Libro del ego”, Osho, considerado “uno de los mil artífices del Siglo XX”, afirma también que no está de acuerdo con que el poder corrompa. Aluns dice que algunas personas adquieren poder y se vuelven violentos, pueden mentir, insultar, intimidar, tienen aires de suficiencia, ocultan su mediocridad con la prepotencia, utilizan todo lo que está a su alcance para imponer y lograr sus objetivos. Su arrogancia es desmedida, incluso olvida su propio origen, el nivel social o económico que tuvo antes de tener poder. El poder se convierte en su alimento, en su oportunidad. No es que el poder corrompa, sino que esa persona lleva la corrupción dentro de sí. Se rodea de corruptos, quienes se creen también poderosos. El poder sencillamente le ofrece la oportunidad de hacer lo que quiere, es arbitrario. No acepta críticas.
Osho sostiene que, por ejemplo, “el poder en manos de un hombre limpio, equilibrado, con virtudes de honestidad no corrompe”; por el contrario, ayuda a la sociedad a elevar su nivel de conciencia. El poder en manos de iletrados destruye, desvirtúa y viola derechos de las personas, desconoce leyes. Según él, el poder es neutral en sí mismo. Abusa del poder el que alberga malos deseos y se deja sobrepasar por sus instintos. En buenas manos, el poder será una bendición; en manos de un inconsciente, un peligro. Éste puede hacer cualquier cosa para mantenerse en el poder. Por ello llevamos miles de años condenando el poder.
Las personas van en pos del poder por diferentes caminos y maneras. Pero es importante que el poder sea ejercido por quienes otorgan un significado predominante a los valores y respetan la verdad, la ley y la justicia. Así el poder no los envilecerá ni atraerá adulones que aplauden hasta errores. Finalmente, Osho sentencia: “hay que librar a las personas de todos los malos instintos ocultos en su interior”.
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