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A pocos días de la elección de jueces, una singularidad de la Bolivia de estos años, conviene subrayar el papel de términos que han ingresado al juego político nacional de manera imperceptible, sin que el gran público lo hubiera notado. Ahora hacen parte del acto electoral que se celebrará el domingo. Las ideas que esos términos han acuñado parecen integradas a una guerra de conquista del pensamiento ciudadano, uno de cuyos objetivos ha sido convencer sobre la legalidad de la candidatura (re-re-re) del presidente Evo Morales, rechazada el año pasado en el plebiscito del 21 de febrero. Aquel juego pretende ignorar que la elección de magistrados por voto directo fracasó hace mucho en la mayoría de los lugares donde se la intentó, incluso en la desaparecida Unión Soviética, y que los cinco años transcurridos desde la primera elección han sido los de mayor deterioro de la administración de justicia. Las autoridades nacionales han ignorado que muchos de los magistrados electos en 2011 tuvieron una votación vergonzosa, con menos del 2O% de votos efectivos y una abstención gigante. Fue una elección con amplio dominio de la votación nula que, junto a los blancos, tuvo dos tercios de los sufragios. Los así elegidos asumieron funciones como si hubiesen contado con la venia de la ciudadanía y estuviesen avalados por la idoneidad profesional que suele acompañar a una carrera profesional exitosa.
Esta elección judicial es vista por los críticos del gobierno como una oportunidad para expresar descontento con la aspiración del presidente de gobernar indefinidamente. En este escenario ha ocurrido una confrontación de términos. Dentro de una contienda que el ex canciller Agustín Saavedra Weise describe como “guerra psicológica” llamada a desmoralizar oponentes y afirmar causas de nobleza dudosa, se han enfrentado “repostuladores” contra los que prefieren la intangibilidad de la norma constitucional. Para los que favorecen el continuismo, no se trata de tal, sino de una “repostulación”.
Puede decirse que han ganado. La victoria del término ha ocurrido por K.O. en todos los medios, que evitaron observar que “repostulación” no existe en castellano, pero utilizan el término sin rubor y sin explicar el desliz. Cuando fue lanzado el año pasado se pretendía disimular la re-re-reelección. Incluso para el oído, resultaba más elegante hablar de una “repostulación” que de una re-re-re. Era una manera de esconder algo desagradable, como el caso del estudiante que, al resumir los antecedentes de su familia, dijo que su padre había muerto “por cedimiento de la plataforma” para evitar decir que había sido condenado a la horca.
Otro disimulo en los términos ocurrió hace seis años cuando el aumento de precios de los carburantes fue disfrazado como una “nivelación”. La sabiduría popular rechazó el eufemismo, el gobierno dio marcha atrás y tal nivelación nunca alzó vuelo.
Por ahora, la “repostulación” impera oronda en todos los medios, indiferente a si el término es o no castizo. Victoria del neolenguaje, derrota del rigor.
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