La espada en la palabra
Dentro de relativamente poco, las cifras de los ingresos que Bolivia recibe por sus hidrocarburos cambiarán drásticamente, y es probable que ese cambio no haya podido ser evitado, pero sí los efectos que acarreará.
Dice el gobierno que se ha reducido la pobreza en niveles muy considerables, y cada vez que lo dice utiliza exhaustivos gráficos estadísticos para demostrarlo, pero pienso que si utilizásemos las ecuaciones de la curva de Lorenz, por ejemplo, sabríamos que la brecha que se ha acortado entre los pudientes y los humildes es relativa, como también son relativas muchas aseveraciones del gobierno respecto al progreso de la hacienda y las finanzas públicas. El progreso material en lo referente a la soberanía tecnológica y científica de la que tanto se habla es un buen ejemplo para demostrar este relativismo del que hablamos: ahora Bolivia se autoabastece fabricando clavos y calaminas de buena calidad, y de nadie dependemos en este sentido.
No se ha industrializado el litio ni los recursos de subsuelo, cuando debieron ser industrializados; no se ha guardado el dinero para tiempos de crisis; al contrario, se ha accedido a créditos multimillonarios que seguramente serán difíciles de pagar. Se han levantado escuelas sin maestros y coliseos polifuncionales sin deportistas.
Siento miedo cuando pienso en el futuro más o menos inmediato de la economía boliviana. El sencillo ciclo dialéctico que roe mi cabeza es el siguiente: después de una gran bonanza mal administrada, sobreviene el desastre. Recuerde el lector que después de la Guerra del Chaco sobrevino la debacle; luego de la Revolución de Abril hubo inflación; después de la bonanza en la dictadura de Banzer y el despilfarro de su gobierno, Bolivia se sumió en una de las catástrofes económicas más terribles de la historia. O sea que, en resumidas cuentas, el ciclo es el siguiente: bonanza, imprevisión, despilfarro y finalmente ruina. En general, si se lee la historia universal con lentes de economista, esto siempre ha sido así; después de la riqueza circunstancial, llega la pobreza natural.
No tengo miedo de decir lo siguiente, a pesar de que puede que haya gente que me ponga el estigma de ultraliberal: después de una crisis como la que se avecina para Bolivia, el único remedio capaz de frenarla es una medida de shock, como la que se implementó en la Rusia de Lenin. Al final, es el practicismo el que se impone y la ideología económica es lo último que importa si es que se es patriota y se quiere salvar un país. Solamente una economía de capitales puede sacar de la ruina a una hacienda cataléptica porque es la única estrategia de verdadera dinamización. El mercado por sí solo hace que resurja una maleada situación financiera. En lo que sí se debe intervenir, y con mucha diligencia, es en la distribución de los excedentes, para que haya justicia social.
Tantos años de imprevisión y mezquindad, más de una década de negligencia e incuria debida al despilfarro de cantidades exorbitantes de dinero, han de pasarnos sí o sí una factura que no ha de ser módica. Y la crisis ha de pesar sobre los sectores más humildes, aquellos sectores sociales que creían tener en el gobierno de turno a su padrino y protector más leal.
En Venezuela, por ejemplo, la crisis ya se ha hecho carne. Hospitales sin medicamentos, carencia de servicios básicos y menester de alimentos. Y aquel país solamente resurgirá cuando un hombre sensato y más o menos visionario tome las riendas del gobierno e implemente alguna medida económica de shock (¡que así sea!). Ved la economía de Argentina, resurgiendo y levantándose del escombro en el que había sido dejada por el funesto socialismo del XXI.
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