Generalmente, la caída de algunos caudillos, tiranuelos mesiánicos se debe a que se encontraban minados de corrupción, querían hacer marchar a sus países a contrapelo de la historia, deseaban imponer fórmulas políticas idealistas contrarias a la realidad o, finalmente, estaban poseídos de ilusiones utópicas producto de imposiciones foráneas o ambiciones prorroguistas indefinidas.
Sin embargo, no siempre fueron esos los factores axiológicos que derribaron a diversos gobiernos en cualquier lugar del planeta, sino también hubo otros indicadores de carácter subjetivo, que resultaron más poderosos que los materiales y determinaron el final de ciclos autocráticos, populistas o erráticos.
Esos factores, pero principalmente los de carácter subjetivo, habrían sido los que originaron el derrumbe del gobierno continuista de Zimbabue (antiguamente Rodesia), encabezado por Robert Mugabe (anciano de 93 años de edad), quien con cierta grandeza y con el pretexto de atender al “bienestar del pueblo”, hizo mutis por el foro, abriendo para su país una nueva era de relaciones económicas y políticas, después de 37 años de gobierno dictatorial y con la esperanza de que esa nación “sea dirigida por el pueblo y no por una persona” y dé paso a un régimen democrático.
Mugabe, caracterizado por haberse convertido en déspota que puso a su país de rodillas, estaba dispuesto a todo para mantenerse en el poder, valiéndose de una retórica virulenta y acusando a las potencias occidentales de ser las autoras de la aguda crisis económica a la que su política populista condujo a su país y que afectó no únicamente a la burocracia que lo rodeaba, sino a toda la economía de Zimbabue.
Pero no solo fueron esas causas materiales las que erosionaron y precipitaron el derrumbe de Mugabe, sino otras de tipo subjetivo que terminaron haciendo de esta caricatura de déspota, un personaje más impopular que las causas de tipo objetivo, al extremo que, finalmente, provocaron la intervención de las Fuerzas Armadas que tomaron el control de ese país desde el 15 de noviembre pasado y establecieron un nuevo gobierno que convocó a elecciones y una asamblea constituyente que enrumbe a Zimbabue hacia la democracia.
Pero, en todo caso, la suerte del gobernante con objetivos vitalicios fue decidida por factores de carácter psicológico colectivo, como el cansancio de tener una imagen invariable, cada vez más antipática; fatiga por escuchar la misma voz; la repetición de los mismos argumentos; las exhibiciones teatrales con disfraces diferentes; las incoherencias en el lenguaje; los absurdos políticos, que opacaron el brillo inicial de las promesas inicialmente ofertadas; la insistencia de caer en la mitomanía; los sofismas y absurdos de todo género para mostrar lo negro como blanco, lo malo como bueno y otros no menos impactantes en la personalidad de las masas populares.
Es indudable que el poder produce el desgaste de los estadistas, por más renombrados que fuesen, pero ese deterioro es aún mayor cuando se recurre a pretextos prorroguistas de tipo infantil y que contrarían el curso natural del desarrollo social de una nación y más aún cuando sobrepasan todo sentido democrático y hasta libertades elementales de la vida política.
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