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El Cóndor de los Andes herido de muerte

Augusto Vera Riveros

El sentimiento que tiene un ser humano por la tierra natal o adoptiva a la que se siente ligado por determinados valores, afectos, cultura e historia, es el equivalente colectivo del orgullo que siente una persona al pertenecer a una familia o también a una nación. Es el pensamiento traducido en una alianza natural entre el individuo con su patria, porque esta es la tierra en que aquél nació; por tanto el patriotismo es un sentimiento de amor que se lleva en el corazón y según la Real Academia Española, patriotismo es el amor a la patria y el sentimiento y conducta propios del patriota.

Esa definición trasladada a nuestro contexto enseña que el haber nacido en esta cuna privilegiada por la naturaleza, nos impone el deber de amarla y, consiguientemente, de servirla desinteresadamente, y sin embargo cuando un boliviano presta servicios eminentes a la patria, justo es que el Estado reconozca e incentive tan superlativo amor por su tierra. Cuando un extranjero vuelca sus esfuerzos en provecho de Bolivia, la gratitud del Estado, también puede -y con razón- expresarse a través de su condecoración con el Cóndor de los Andes y, en consecuencia, con legítimo orgullo lucirlo en el pecho, el personaje o la institución que la haya merecido, en su estandarte.

Hace unos días, el Presidente del Senado justificó la imposición del Cóndor de los Andes al presidente Teodoro Obiang Nguema, en su condición de Jefe de Estado, argumentando que su investidura ya lo hace merecedor de tal distinción. Pero lo que no dijo Alberto Gonzales, inexplicablemente tratándose del segundo hombre del órgano Legislativo, es que si bien ese rango habilita al ecuatoguineano para ser reconocido con la máxima distinción del Estado boliviano, la Ley 1.762 subordina esa distinción a que cualquier Presidente, o de jerarquía análoga, haya prestado eminentes servicios a la nación y a la humanidad.

Ahora bien, si la primera autoridad del pequeño país escondido en medio del África, del que en esta latitud lo poco que se conoce, lo sabe un reducido número de gente, fuera alguien representativo de las libertades individuales, los derechos humanos y políticos, o mínimamente se tratara de un gran estadista como para reconocer su prestigio o capacidades en el manejo de los asuntos políticos de su país, sería un honor ser sus anfitriones. Pero de la nefasta trayectoria de Obiang, imposible de desmentir, dimanan los méritos del reciente visitante que no son mayores que los de sátrapa, no solo por el sometimiento inhumano de su propio pueblo, condenándolo como en todo régimen despótico, a una pobreza que contrasta con la vanidosa opulencia y excentricidades de su familia; los de sus crímenes de lesa humanidad y los del desconocimiento de la voluntad soberana de su reducido número de gobernados que durante aproximadamente cuatro décadas se ven privados de decidir libremente su destino.

Luego el visitante ni legalmente ni en virtud del ritual protocolar y ni remotamente desde la perspectiva moral, pudo merecer la presea, reservada, tratándose de alguien que no es Presidente Constitucional de Bolivia, a insignes personalidades y preclaros benefactores de nuestros intereses. Más aún: jamás gente de ese jaez, cuando menos de manera oficial, debió pisar territorio nacional porque nadie que se perpetúe en el poder, que esclavice a su pueblo y que haya cometido crímenes contra la humanidad, puede merecer nuestro reconocimiento, simplemente porque ofende la dignidad del suelo patrio y mancilla la vocación democrática de sus habitantes.

El autor es jurista y escritor.

 
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