No es extraño que los conductores de la nave del Estado pierdan algunas veces la serenidad y desconozcan la perspectiva histórica. Semejante postura, producto natural de su actividad diaria, limitada a las actividades burocráticas, la ausencia en sus oficinas, la rutina, la lealtad a sus empleadores, etc., afecta inclusive a la capacidad de observación de los hechos de cada día. Peor aún, los interesados, víctimas de dificultades de percepción, deforman la realidad y, en vez de seguir un curso objetivo, caen en el subjetivismo.
Esa conducta es casi natural y se registra con frecuencia, pero se puede considerar que esa forma de ver las cosas se va acentuando a medida que pasa el tiempo y, en vez de rectificarla, se la lleva al extremo de perder la cabeza en las nubes y no poner los pies en la tierra. En definitiva, eso sería lo que está ocurriendo en el actual acontecer político, en particular en lo que se refiere, entre otros muchos, a la insistencia en la postulación presidencial del actual jefe del Estado y la decisión del Tribunal Constitucional emitida a principios de semana.
Efectivamente, el fallo del Tribunal Constitucional provocó un escalofrío estremecedor en la ciudadanía en general, los medios políticos, la opinión pública nacional, etc., así como ocasionó la inquietud de organismos internacionales que se pronunciaron con firmeza en vista de la magnitud de la cuestión. Es más, el delicado asunto provocó en el interior del país una verdadera crisis política que conmovió la sede del gobierno y capitales importantes, al extremo que los movimientos sociales tuvieron que ser reprimidos con acciones policiales que no escatimaron el uso de la violencia, disparos de gases, apresamiento de ciudadanos, etc.
En realidad, lo ocurrido en últimos días fue un estado de conmoción social originada en causas concretas y no un simple fenómeno espontáneo sentimental, problema que, por lo demás, había sido previsto tanto por parte de analistas independientes como oficialistas. Esa crisis política, sin embargo, no se extinguió, ni mucho menos y pareciera que, como no eliminó las causas y se echa más leña al fuego, podría derivar en circunstancias imprevisibles, propias del poco interés en ver las cosas de frente, dejando a un lado el denso manto que le cubre los ojos.
En definitiva, se observa que el germinal estado de conmoción ocurrido en el país no ha podido ser sofocado por gases y argumentos baladíes, sino que, en vista de que se mantienen las causas, podría inflamarse mucho más hasta llegar al punto de ignición a que llega la población cuando se la abruma con fórmulas contrarias a la historia y a la lógica, que no es otra cosa que la historia en su esencia y depurada de cortinas de humo y conceptos absurdos que, en vez de sofocar el incendio, lo que hacen es alimentarlo con los resultados naturales. De ahí que es preciso, aunque ya es algo tarde, dejar de lado la desesperación que es mala consejera.
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