Desprestigio y colapso del prorroguismo

Si se observa con alguna detención la tendencia contemporánea de algunos gobernantes de prorrogarse en el poder en forma indefinida, se encuentra que ese recurso continuista está en crisis, vive sus últimos estertores y tiende a desaparecer de forma inevitable por el empuje de las fuerzas de la lógica de la historia.

Ese fenómeno de rechazar ambiciones personales, culto a la personalidad y aun egolatría es fácil de ver, tomando en cuenta hechos colectivos a nivel mundial que confirman que la evolución política de la sociedad no acepta imposiciones contrarias a la moral política, a las tradiciones democráticas y la modernización del desarrollo del pensamiento democrático. Los ejemplos al respecto son abundantes.

En tiempos recientes, algunos gobernantes y círculos que los rodean cayeron en la idea de no dejar el gobierno, al pensar que su presencia en el poder es imprescindible y que su ausencia significaría el fin del mundo, que las estrellas se ocultarían y que no volvería a salir el sol. Casos de esa naturaleza son, por ejemplo, el fracaso del continuismo de la presidenta de Argentina, Cristina Kirchner o el de la señora Dilma Rousseff de Brasil, cuyas pretensiones subjetivas se derritieron como una barra de chocolate al sol, dando paso a una reorientación hacia la normalidad de la vida social.

Cosa parecida ocurrió en Ecuador, donde el presidente Rafael Correa, en un regreso a la sensatez, renunció a “atornillarse” en el gobierno y se retiró oportunamente, comprendiendo que la perspectiva hacia el futuro era negativa a sus deseos y las opiniones de sus seguidores. Algo parecido sucedió con el expresidente norteamericano Barack Obama, quien tentado por sus corifeos para repostularse al gobierno, comprendió que la idea no era correcta y que violar la Constitución era imposible.

Si bien se puede citar esos casos, no se puede dejar de hacer referencia a otros, como el repudio al prorroguismo del presidente de Zinbabue, Robert Mugabe, quien renunció a su pretensión y evitó que su país sufra un baño de sangre. Algo peor le sucedió hace pocos años a Jean-Bedel Bokasa (parecido al ugandés Idi Amin Dada), quien por su testarudez al creerse insustituible, encendió la chispa de rebelión popular en su país, la misma que produjo una rebelión militar que lo llevó a la soledad del exilio, aunque después de intentar retornar a sus andanzas, fue sentado en el banquillo de los acusados y acusado de ser uno de los tiranos más abominables de África y acabó su vida tras los barrotes de una cárcel.

Como la historia no tiene valor como enseñanza histórica para algunos políticos y politicastros, otros gobernantes insisten en el error, como el venezolano Nicolás Maduro, o el gobernante hondureño que, yendo inclusive contra la Constitución, decidió no dejar el poder, recurriendo a elecciones ilegítimas. Son ejemplos que muestran una tendencia falsa o errónea, por la comezón de creer que la vida y el poder son sempiternos.