La página literaria
Amada esposa, compañera amada:
¿dónde estás?
No siento ya el rumor de tus pasos
ni la música de tu voz.
No veo abrirse
la rosa delicada de la sonrisa
en tus labios.
He quedado tan solo. . .
Cuando vuelvo al hogar
nadie me aguarda.
Penas y alegrías sin respuesta.
Ya no tu mano tierna
en mis cabellos,
ni la ternura que apacigua
al fatigado.
¿Por qué te arrebató del Señor?
Miro las parejas felices
–novios o esposos–
y el fiel amor
acelera mi corazón:
¿por qué todos dichosos, nosotros no?
Ese vacío, ese vacío
que nada puede colmar.
No más,
ya nunca más. . .
Amada esposa, compañera amada:
¿dónde estás?
De llanto y pena y soledad
mis horas
no pueden hacerte volver.
Por un minuto a tu lado
daría todos los años que me quedan.
Misterio, el nuestro.
¿Será que Dios quiso probarnos
en la separación?
Velero sin velamen
avanza a oscuras,
dispersando olvidos.
Trémula búsqueda.
Sin ti la vida desdibuja
sus perfiles:
gris sobre ónices.
La casa y sus seres
melancólicos.
Nostalgia, estrella indómita
para el abandonado.
Amada esposa, compañera amada:
¿dónde estás?
Miro sin verte,
siento y no te encuentro.
Hablas del viento.
Pero pienso: “¡María volverá!”
y te sueño – dormido, despierto–
en mi tristeza,
la que nunca dejará de ser.
Tomado de: “Celador de estrellas’
De Fernando Diez de Medina.
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