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El repudio a la elección de magistrados por voto popular y el rechazo a la pretensión del presidente Morales de cuadrielegirse en 2019 han trastornado los parámetros políticos con los que se orientaba el gobierno y han desencadenado un nuevo dinamismo en la vida política nacional, que coloca por primera vez al partido de gobierno frente a una mayoría absoluta. De la forma en que el gobierno decida moverse ante este panorama dependerá la tranquilidad que pueda tener Bolivia en los días que vendrán. Hasta el domingo pasado el gobierno estaba convencido de que aún contaba con fuerte apoyo popular. La elección judicial de ese día, convertida en plebiscito sobre su intención de gobernar hasta el fin de sus días, ha puesto fin a esa visión y ahora se encuentra en un sendero empinado y con destino no tan claro.
Expresivas de la magnitud del revés fueron las declaraciones de los dos primeros mandatarios cuando, al comenzar la noche del domingo y la mañana del lunes, las cifras de votos nulos eran abrumadoras. Con desdén, el vicepresidente Álvaro García dijo que a cualquiera de los candidatos, todos escogidos por el congreso, dominado con holgura por el partido de gobierno, le habrían bastado 157 votos para convertirse en juez de la República. Ese es el número de la mayoría legislativa con el que antes eran designados los magistrados, explicó. El presidente Morales, con el rostro no menos adusto, dijo que “la derecha” había fracasado al no lograr el 70% que algunos habían pronosticado. El mandatario probablemente no advirtió que solo los votos nulos ya habían sobrepasado la barrera del 50% y que, sumados a los blancos, bordeaban o superaban los dos tercios. Si todo ese volumen era atribuible a una “derecha” que de tanto acudir a ella tiene una significación difusa, la suerte del gobierno estaría sellada. Sus expresiones parecían ofuscadas. “Dijeron que 70% va a ser nulo. Yo calculo 50% nulo”, dijo, al confrontar su propio vaticinio con el que atribuía a la oposición, en todo caso suficiente para declarar un K.O.
Durante la votación ocurrieron cosas extrañas. Nunca hubo tantos votantes que decidieran llevar sus propios bolígrafos o marcadores, que es posible que hubieran sido en esa jornada y las inmediatamente anteriores los artículos más demandados. Ese fenómeno fue visto como resultado de la desconfianza que había entre muchos electores respecto a la votación, pues declinaron utilizar el bolígrafo que les ofrecía la mesa. En la mayoría de los ambientes de votación solo había pupitres sobre los que se apoyaba la papeleta. No fueron pocos los que aprovecharon la ocasión para anular el voto expresando disconformidad con la votación y con el gobierno. Así, entre los votados nulos aparecieron menciones al perro Petardo, que adquirió notoriedad hace tres años con las manifestaciones cívicas contra el gobierno, realizadas por entidades cívicas de Potosí. También abundaron declaraciones de amor, fotografías de Gabriela Zapata, la ex compañera del Presidente; ofertas de matrimonio, recetas de cocina y hasta frases de despecho. Todo parecía válido para anular el voto en una de las jornadas electorales más concurridas de la historia boliviana (votó alrededor del 80% de los inscritos). Si el gobierno calculó que habría alta concurrencia o previó el volumen macizo de la votación nula, los resultados pueden haber sido una sorpresa desagradable. Los nulos superaron en siquiera un 20% a los que registrados en 2011, la primera vez que Bolivia aplicó la novedosa modalidad, cuando también los votos nulos y blancos se impusieron.
Ni el gobierno, menos los que resultaron elegidos por votación en extremo minoritaria, parecían dispuestos a declinar. Los observadores consideraban improbable que el gobierno descarte el método, con el que se ha identificado y del que las autoridades se han jactado por ser, afirman, una originalidad boliviana. Un estado la aplicó durante poco tiempo. Fue la desaparecida URSS, que canceló la idea debido a las irregularidades y abusos a los que dio lugar. Algunos cantones suizos, municipios franceses y condados de Estados Unidos la aplican, pero en cada caso bajo consideraciones muy particulares.
Los resultados sirvieron como detonante para exteriorizar descontento con el gobierno. El Deber habló de una “catarsis” ciudadana que derivó en concentraciones en la Plaza 24 de septiembre y anuncios de paros cívicos. El ambiente social y político que había en el país al día siguiente de la votación era de júbilo entre diversos sectores. Parecía indicar que el ánimo de una buena parte del país cambiaba y que temores y cautelas quedaban atrás.
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