Muchas veces, en varios niveles de la colectividad ha surgido la interrogante: ¿Por qué no se actúa con seriedad y mucha conciencia cuando se trata cuestiones o asuntos inherentes a todo el país? La respuesta, invariablemente, tendría que ser: porque normalmente no se actúa apegados a la verdad para que haya entendimiento y diálogo constructivos. De alguna manera, en muchos niveles sociales se actúa al “estilo político sectarista” como decía el filósofo chino Kung-Tse (Confusio) y se utiliza mucho el disfraz, el disimulo, el engaño porque seguramente se cree que nadie cree lo que se dice, lo que es o debe ser; y, así, todo se supedita al “por si acaso”.
No podemos ni queremos concluir en que solamente la verdad nos conducirá por los caminos correctos; que la verdad será el instrumento para encontrar - en comunidad de acuerdos- la solución a tantos problemas que nos aquejan, nos frustran y postergan. Se hace difícil entender, para la mayoría de las personas, que la hipocresía, disfrazada de disimulo, el engaño y la falsedad nunca pueden ser sistemas honestos para la solución de los problemas. Se dice, algo peregrinamente, que “los caminos de la verdad están matizados por la mentira”, una posición totalmente falsa y, si fuese evidente, sería porque nos acostumbramos a ello en la creencia de que disimulando o simulando, contrariando lo cierto lo haremos mejor, seremos más creíbles, nuestra palabra será definitiva, nuestra honorabilidad y seriedad quedarán a salvo de malas conjeturas. La realidad es que, más temprano que tarde, todo ello se descubre y da lugar a que los problemas que han sido tratados bajo tintes de hipocresía adquieren mayor gravedad de la que tenían.
La humanidad no hubiese alcanzado el grado de desarrollo y progreso a que ha llegado si todo se basaba en la mentira y se muestra por todos los avances habidos, que la verdad se impuso en la moral, en la cultura, en la ciencia y en la tecnología aunque, lamentablemente, la verdad también es que se ha despertado las ambiciones, la soberbia y la petulancia del ser humano para construir todo lo que va en su contra, todo lo que significa males de toda naturaleza y hasta muerte y destrucción para el ser humano hasta llegar a la conclusión siempre fatal de que las guerras y los enfrentamientos han causado millones de víctimas y han sembrado luto, dolor y enfermedades en todos los países.
En muchas naciones, especialmente en las que están bajo el dominio de dictaduras, totalitarismos y de ideologías equivocadas, el tiempo se ha encargado de mostrar que la mentira ha sido medio de mostrar lo que no es, de señalar rumbos equivocados al destino de los pueblos, de indicar posturas de progreso inexistente porque todo se basó en sofismas disfrazados de populismos y demagogia. Nuestro país no ha sido ajeno a todo eso y estamos viviendo las consecuencias de esas conductas que, en sus inicios, se han mostrado como “medios de cambio” de situaciones difíciles y contrarias al pueblo; pero han derivado a condiciones de vida que el pueblo no merecía. Se abusó mucho de la buena fe y confianza de mayorías que han creído en políticas que no corrigieron lo malo ni se empeñaron en mejorar lo bueno y menos en buscar los medios aptos para salir de la extrema pobreza, mal casi crónico que se ha manifestado no solamente en la carencia de dinero para solventar las necesidades sino en formas de vida que no corresponden a la de los pueblos libres porque, lamentablemente, se ingresó en los caminos tenebrosos de la corrupción.
La ausencia de conciencia de país y de vivir en base a la institucionalidad con voluntad de servicio al bien común que es el pueblo, ha creado campos fértiles en la debilidad de virtudes, valores y principios de muchos políticos, dirigentes y personas que podían actuar en forma diferente y en casos al permitir presencia y acción de narcotráfico, contrabando y corrupción en varios aspectos de la vida económica y social, se han acrecentado las angustias en la mayoría de los habitantes.
Hemos vivido tiempos de dictaduras y también de gobiernos legales que no han tenido conciencia y menos vocación de servicio; sin embargo, al margen de todo ello, siempre surgen las esperanzas de que todo será superado, vencido por la voluntad y virtudes renacidas del pueblo que siempre aspira a ser mejor, a creer en sus valores y en los muchos bienes y beneficios que ofrece el país y que espera solamente que todos asuman, en conciencia, lo que deben hacer y cumplir, lo que deben amar y honrar, lo que deben encaminar en su vida por propio beneficio y, sobre todo, en bien del presente y futuro de sus hijos y de sus familias que no merecen sufrir lo que muchos han padecido.
Todo lo ocurrido muestra, diáfanamente, que entendimiento y diálogo actuando con la verdad, son posibles entre gobierno y oposición, entre los diversos sectores sociales y empresariales, entre regiones y pueblos que, por igual, son parte indivisible del país; así lo muestra, una vez más, la contundencia de la voluntad popular con los resultados del 3 de diciembre que ratifican lo decidido en el referéndum del 21 de febrero de 2016 que es prueba más que contundente de la unidad y fortaleza del pueblo.
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