El santo, al que se pide por los juegos de azar, es uno de los más solicitados con la llegada de la Lotería de Navidad.
MANUEL P. VILLATORO
No han sido pocas las ocasiones a lo lar-go de la Historia en las que las convicciones de una persona le han costado la vida. Sin embargo, pocas de ellas han sido tan llamativas como la del pequeño Pancracio. Un niño de apenas 14 años que, mostrando auténtica resolución por sus creencias, prefirió que le cortaran la cabeza en el año 304, a renunciar al cristianismo, una religión por entonces mal vista enRoma. Con todo, aquella decisión le valió el título de santo y ha hecho que, en la actualidad, recurran a él todos aquellos que quieren dejar a un lado su pobreza, los que buscan fortuna y -por descontado- aquellos que pretenden ganar alguna que otra moneda en los juegos de azar.
Por ello, no es raro que Pancracio sea, en los momentos anteriores a la Lotería de Navidad, uno de los santos más solicitados en estas fiestas. Una época en la que, sin duda, le toca hacer horas extras. Con todo, no es lo único por lo que le piden al pequeño. “A San Pancracio le piden sus fieles devotos fundamentalmente salud y trabajo, es decir, el remedio contra las enfermedades y el paro. (…) La tradición popular ha impuesto que la imagen ha de ser regalada y hay que ofrecerle perejil fresco en un vasito de agua (…). La estatuilla de San Pancracio, de escayola, con colores muy vivos, se encuentra hoy en infinidad de hogares y establecimientos públicos, singularmente bares, con la típica ofrenda del perejil a su lado”, señala Carlos Ros en su obra “San Pancracio. Salud y trabajo”.
EL NIÑO QUE SE HIZO CRISTIANO
Pancracio vino al mundo en Frigia, una antigua provincia de Asia Menor que hoy vendría a ocupar una buena parte del territorio turco. Hijo de un “caballero nobilísimo” llamado Cledonio -y tal y como afirma Pedro de Rivadeneira, historiador del siglo XVI, en su obra “La leyenda de oro para cada día del año: vidas de todos los santos” se quedó huérfano cuando apenas había llegado a una edad de cifra doble. Desde entonces, pasó a vivir con su tío, Dionisio, quien se encargó durante algún tiempo de administrar la gran hacienda que el fallecido progenitor del pequeño le había dejado en herencia. Y es que, además de haberse quedado sin padre, el niño tampoco contaba con madresobre la que apoyarse, pues también había dejado este mundo.
Tras la trágica muerte de Cledonio, su tío se propuso darle a Pancracio la mejor de las educaciones, por lo que decidió llevárselo a un nuevo hogar. “Muerto el padre, el tío tomó por hijo a Pancracio; y como tal le amó, regaló y crió, y partiéndo de su patria de allí a tres años para Roma, le llevó consigo, y vino a morar y tener casa en un barrio apartado de la ciudad”, añade Rivadeneira. Una vez en aquella urbe, los negocios de esta feliz pareja no pudieron ir mejor, pues el tío logró multiplicar hasta tres y cuatro veces la -ya de por sí- ingente cantidad de dinero que había heredado el niño. Por entonces, nuestro protagonista sumaba 10 veranos.
PANCRACIO SE CONVIRTIÓ AL CRISTIANISMO AL CONOCER A SAN MARCELINO
Fue precisamente en Roma donde Dionisio y Pancracio se empezaron a empapar del cristianismo, una religión en alza que descubrieron gracias a un criado que la profesaba. Este, además, les puso en contacto con el entonces Papa san Marcelino, quien permanecía escondido en un intento de que no le cortasen la cabeza por su religión. Y es que, el emperador romano Diocleciano había iniciado, por entonces, la enésima persecución contra esta religión. “Su creencia (la del emperador) en los valores religiosos y tradiciones romanas, la amarga experiencia de los grandes sacrificios padecidos para conseguir la unidad y la concordia sociales, pudieron mostrarse a sus ojos como motivos suficientes para acabar con ese “tumor religioso” que socavaba los cimientos religiosos y sociales del Imperio”, explica el historiador español José Manuel Roldán Hervás en su obra “Historia de Roma”.
Con todo, aquella persecución no fue impedimento para que Dionisio y Pancracio decidiesen convertirse en cristianos, una determinación que se vio favorecida, entre otras tantas cosas, por la figura de san Marcelino. “Era grande la santidad del santo pontífice y la fragancia que por todas partes se derramaba de sus virtudes y milagros, que llegó a noticia de Dionisio y Pancracio, y ellos, tocados del señor, desearon verle y tratarle y ser de él enseñados, como lo fueron, y convertidos a la fe de Cristo nuestro señor, con tanto fervor de morir por él, que se ofrecían sin ser buscados a los ministros de justicia”, completa, por su parte, Rivadeneira.
LA MUERTE DE UN MÁRTIR
Por entonces, tío y sobrino caminaban sobre un fino alambre, pues podían ser capturados y asesinados en cualquier momento por los soldados romanos. Una situación que terminó de tensarse cuando, tras la muerte natural de Dionisio, Pancracio fue acusado ante el emperador por varias personas que no entendían como aquel “niño rico” regalaba sus bienes a los más desfavorecidos en nombre de un Dios extraño. Según se dice, “vendieron” al pequeño a Diocleciano con la siguiente frase: “El hijo de Cledonio de Frigia se ha hecho cristiano y está distribuyendo sus haciendas entre viles personas; además, blasfema horriblemente contra nuestros dioses”.
“SE HA HECHO CRISTIANO Y DISTRIBUYE SUS HACIENDAS ENTRE VILES PERSONAS”
En palabras de Rivadeneira, Diocleciano no tardó en llamar al orden a Pancracio, por quien sentía cierto aprecio debido a que había conocido a su padre. “Al verle de tan poca edad y de extremada hermosura, procuró con halagos y caricias persuadirle de que sacrificase a sus dioses”, señala el historiador. No obstante, el niño se negó a renunciar a su religión y señaló que antes que aceptar a deidades paganas, prefería morir. “El santo niño le respondió que se maravillaba de que el emperador, siendo hombre cuerdo, le mandase tener por dioses a unos hombres que habían sido tan viciosos”, añade el ex-perto. Al ver que poco se podía hacer para cambiar su opinión, el emperador mandó decapitar al pequeño.
En las jornadas siguientes, momentos antes de sufrir el castigo, se cuenta que Pancracio no suplicó por su vida, sino que se limitó a alzar la vista al cielo y dar gracias al señor porque iba a poder reunirse con él en breves momentos. El verdugo no se hizo esperar y, a los pocos segundos, un hacha cayó sobre su cuello y separó la cabeza de su cuerpo, que quedó a la intemperie hasta la noche. “Luego, una santa mujer, llamada Octavila, tomó de noche secretamente su cuerpo, y envolviéndole en lienzos y ungüentos preciosos, le enterró honorificamente en una sepultura nueva, a los 12 de mayo del año del señor 303, según el cardenal Baronio”, destaca Rivadeneira. Había fallecido, pero nacido a la vez, un santo.
FUENTE: ABC
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