Juan Bautista del C. Pabón Montiel
Ingresar al Instituto del Riñón es un lujo, no solo porque lo privado se maneja mejor, sino por las gentilezas, la misericordia con la que desde la entrada tratan al visitante o paciente, con una grande deferencia. Ubicado en la Calle “Santa Fe”, de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, el propietario es el afamado Dr. Herlan Vaca Diez Busch, especialista en trasplante de riñón; cuyos récords de la especialidad son un testimonio del trabajo meticuloso a favor de la salud. De regular estatura, atento y cordial, difícilmente sonríe, por sus grandes responsabilidades morales y espirituales.
Parecería que por ser una inversión privada, todo es dinero, pero no es así: atiende gratis; ordena en forma inaudible, para que el paciente necesitado no se sienta incómodo; entonces la secretaria llama al beneficiado y le alcanza un sobre con dinero de ayuda. Dispone, con otro distinguido joven médico, un examen general para ver cómo está la salud del ciudadano. Y el profesional hace descender del brazo al ciudadano, hasta la planta baja, terminada la consulta gratis.
La sorpresa fue el pasado sábado, pues en plena plaza principal “24 de septiembre”, donde hubo una feria para hacerse detectar sin costo alguno la salud de los riñones o una posible diabetes. Un equipo de profesionales damas daba vueltas por la plaza, para que se asomen las personas y se hagan unas pruebas sobre su salud. Fueron encantadoras; la juventud médica nos convence con una risa y respeto para concurrir al sitio donde se hacen las pruebas.
Para que nos quedemos con un buen regalo por la Pascua de la Natividad del Señor: nuestra preciada salud. Fueron varias horas de servicio voluntario; tiempo invertido en el oro de la vida; ahorro de unos buenos pesos, por consultas que en otras clínicas cuestan mínimamente cien bolivianos. Indudablemente, fuera de la atención, la información con una hoja a colores que nos entregaron hizo completo el milagro del diciembre.
Debemos reconocer que no fuimos invitados por el Instituto del Riñón a la Feria de la Salud, no por falta de cortesía, sino porque delicados como estamos, no pudieron hacernos llegar la posible invitación.
Final: rescatamos lo mejor: la humildad, el servicio, el desprendimiento en una clínica pequeña; con un grande corazón humano, en tiempos en que todo se metaliza; todo es según el bolsillo; menos el valor de una vida. Debíamos decirlo, por la solidaridad y calidad mostrada en la víspera de la Declaración Universal de Derechos Humanos, hecha por Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948.
Santa Cruz de la Sierra.
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