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A partir de la noche del miércoles, el mundo que preside Donald Trump ha dejado de ser el que empezó a moldear hace menos de un año. Ese mundo fue sacudido cuando la senaturía por el estado de Alabama, vacante desde la inauguración del gobierno del magnate estadounidense, fue ganada por el demócrata Doug Jones con un puñado de votos que dejó a la mayoría de la que gozaba Trump colgada de la orilla del abismo. Trump recibió una herida profunda y muchos, dentro y fuera de los Estados Unidos, respiraron aliviados. En principio, trató de disimular la derrota con actitudes de “aquí no pasó nada”, creída por su círculo inmediato. Más allá, la incertidumbre generada por el mandatario empezó a aflojar lo suficiente para albergar esperanzas reales de que 2018 verá un gobierno menos temerario y menos impredecible. Para los analistas luce claro que las riendas con las que Trump conducía el carruaje se han acortado y que su margen de maniobra es ahora menor.
Los republicanos, que tenían 52 senadores frente a 48 de los demócratas, pasaron a tener 51 frente a 49. En momentos decisivos, ese equilibrio precario puede ser roto por figuras republicanas destacadas y descontentas con muchas de las iniciativas tomadas por Trump, desde la relación con México, los inmigrantes y el libre comercio, hasta el Oriente Medio, Europa y el clima.
El abanderado republicano, Roy Moore, era de los más sorprendidos. Después de haber ido a votar trotando en un caballo díscolo, botas y sombrero de cowboy, el candidato resistió conceder que había perdido, aun después de que el propio Trump felicitara, a desgano, al vencedor demócrata.
Moore cayó abatido por un alud de denuncias de acoso a jóvenes adolescentes cuatro décadas antes, cuando era alto funcionario de la Corte de Justicia de Alabama. Los testimonios de dos mujeres, recogidos a principios de noviembre por The Washington Post, calaron en el bastión conservador a cargo del gobierno de Alabama desde hace 25 años, y llevaron a otras a presentar casos similares de acoso.
Solo días antes de la votación, las mujeres que habían levantado la mano para acusar al candidato de comportamiento libidinoso ya eran nueve y sus relatos parecían tan convincentes que senadores de su partido estaban dispuestos a expulsarlo del Senado si hubiese llegado a ganar.
La situación era incómoda para Trump, pues traía a la memoria pública su propio comportamiento y sus comentarios obscenos registrados por la radio y la TV respecto a las mujeres. Todo se sumaba a un guiso que sus adversarios preparan con la intención de cocinar su enjuiciamiento en busca de alejarlo del cargo.
Pero Trump se cuadró firme con el candidato. Hasta solo horas antes de votar, instaba a la población a sufragar por el republicano e insistía en que los medios que divulgaron las denuncias de acoso eran de un sistema de “fake news”, equivalente a “cartel de la mentira”, expresión con la que busca neutralizar a sus críticos.
La gravedad de lo ocurrido indignó a multitudes de todos los segmentos demográficos. Fueron a los centros de votación miles de personas de color, tradicionalmente poco inclinadas a votar, muchas de ellas de barriadas obreras en todo el estado, similar en extensión al departamento de La Paz. Profesionales con ingresos superiores al promedio también respaldaron al candidato demócrata y consolidaron el 0,5% de votos que le dio el triunfo. La contienda fue decidida por menos de 10.000 votos de un total cercano a 1,4 millón de sufragios.
Jones deberá posesionarse en días más, en cuanto la Corte Electoral ratifique su victoria. Ocupará el escaño que tenía Jefferson Sessions, ahora procurador general. En el discurso que dio ante sus seguidores la noche del miércoles fue parco al describir la victoria: “Ha sido un triunfo de la decencia”. Para ese momento, Trump había dejado de encomiar a Moore.
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