La noticia de perfil
Cuando me enteré de que el Presidente Vitalicio de nuestro Estado Plurinacional y Folklórico iba a ser proclamado por enésima vez para dirigir nuevamente el país, mi alma periodística se regocijó y brincando de entusiasmo dije a mi corresponsal en el Palacio Real de la plaza Murillo… este acontecimiento no me lo pierdo por nada del mundo, y le encargo, comadre, que haga usted todos los trámites necesarios para que pueda estar yo en Cochabamba y ser testigo de este hecho singular que seguramente registrará la Historia de Bolivia o la historia natural.
La petición a mi discípula surtió efecto y en pocas horas yo me hallaba en un autobús contratado por el gobierno para trasladar a la ciudad del Tunari a todos los empleados públicos que tenían que viajar -según la prensa oficial- voluntariamente a esa proclamación.
Durante la travesía pude dialogar con algunos ciudadanos que me comentaron la obligatoriedad de su traslado a la ciudad de Cochabamba, donde serían recibidos por importantes dirigentes cocaleros, que son los más interesados en mantener a Evo en la presidencia sempiterna.
Llegado a la ciudad del valle, nos dieron la mala noticia de que tendríamos que pagar no sólo el transporte, sino también nuestro alojamiento y alimentación, pero la importancia del acto nos compensó dichos gastos; todo sea por Evo.
No puedo negar la emoción del público cuando el héroe de la jornada se dirigió a un millón de personas que llenaban gran parte de la ciudad valluna; rompiendo mi compostura me atreví a gritar al homenajeado: “ya te has olvidado del referéndum del 21 de febrero…”, pero mi audaz y solitaria voz fue ahogada por los vítores en favor del candidato.
Ampliando lo favorable, pensé en que el personaje de marras pudo haber sido atacado por una súbita sordera, pero recordé que los déspotas del mundo se vuelven sordos aunque el pueblo les grite la verdad en sus mismas orejas.
En un millón de personas que aclaman, de buena o de mala gana, al candidato del MAS, pude reconocer a mi discípula periodística, que deliraba ante semejante multitud, obligada a aclamar al personaje y estuve a punto de incluirme en esa masa popular, porque de acuerdo con la psicología de las multitudes, la persona pierde su individualidad, por lo que no sería raro que yo me hubiera entusiasmado momentáneamente ante la presencia del mágico líder que hipnotizó a un millón.
Felizmente recuperé mi personalidad e independencia y volví a La Paz después de haber gastado parte de mi aguinaldo navideño.
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