Para la significación de la cultura es necesario conceptualizar el problema del ateísmo y tratándose de un tema fundamental en la humanidad, como la existencia de Dios, el intento de este columnista, en rigor de verdad, es esclarecer la división del ateísmo, que es triple: los pseudoateos que creen en Dios, cuando en realidad creen inconscientemente en Él, porque el Dios que niegan (existencia), no es Dios sino algo diferente. Los hay ateos prácticos que imaginan creer en Dios y creen en Él en su fuero interno, pero su comportamiento traiciona lo contrario con cada una de sus acciones; finalmente aparecen los ateos absolutos que efectivamente niegan la existencia de Dios y, por ello, se obligan a sí mismos a cambiar toda su escala de valores, que es la denominación a la corriente del pensamiento ético que ve en el valor el problema esencial de la ética, y aniquilar dentro de sí mismos, es decir, sistemática y exhaustivamente, todo lo que tenga relación o recuerdo de Dios.
Esta trilogía de ateos, que es más un problema filosófico, como se demuestra en primera instancia con el ateo práctico que presenta su proposición con la posibilidad de una conciencia engañada y de una escisión o separación entre su inteligencia y voluntad. El ateo practico, así no le agrade, acepta la existencia de Dios y, obstinadamente, lo olvida en toda ocasión.
El lugar del ateo absoluto es diametralmente diferente, éste no se olvida de Dios, piensa constantemente en Él, llega a persuadirse pero no convencerse, ya que existe significativa diferencia entre persuadir y convencer intelectualmente que Dios no existe y esa negación lo sumerge en una dialéctica interior que le impone destruir sin pausa todo surgimiento de lo que ha sepultado dentro de sí. Esta clase de ateo niega explícitamente la trascendencia, que es la supramundidad de Dios, cuya infinitud sobrepuja de manera inefable al mundo y a todo lo finito. El ateo absoluto no es una sencilla falta de creencia en Dios, es un combate contra Dios, un desafío tendido a Dios y si eventualmente resulta victorioso en su propósito, cambia el hombre y se convierte en un espíritu atiborrado de sustancia muerta y una consistencia petrificada.
Con respecto a la cultura actual, que es el cuidado y perfeccionamiento de las aptitudes propiamente humanas más allá de su estado natural, el ateísmo es una evidencia, verdadera y fiel, del estado al que quedó reducido el ser humano. Debido a que el hombre es imagen y semejanza de Dios, es natural que lo que el ateo piense de Dios corresponda al estado en que esa imagen y semejanza a Dios se encuentra en un periodo dado de la cultura.
Solo hay un conclusión: ateos y creyentes cruzan juntos los umbrales de cada era y en esta nueva era cada uno querrá afirmar su propia posición y filosofía en los nuevos espíritus de la civilización, que son los jóvenes, empero la civilización como integridad humana deberá superar el ateísmo y liberarse de su inspiración; sin presión ni propaganda, solo con la razón, una iluminación profunda e intelectual, pero ante todo se requiere el testimonio del amor y eso es creer en el prójimo.
El autor es abogado corporativo, con posgrados en Interculturalidad y Educación Superior, Conciliación y Arbitraje, doctor honoris causa, escritor.
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