La exportación de materias primas y la dependencia de los precios internacionales de esos productos primarios han sido y siguen siendo una política económica invariable, tanto en tiempos del coloniaje como en gran parte de la vida republicana de Bolivia. Sin embargo, pese a que ese antecedente es conocido en toda su magnitud, sigue siendo practicado y la mentalidad partidaria en ese sentido parece profundamente arraigada en el pasado e inmodificable para el cambio.
Es de anotar también que algunas tiendas partidarias y ciertos personajes políticos, que se autotitulan como “progresistas”, “revolucionarios” y otras lindezas, proclaman a tambor batiente en sus campañas electorales y declaraciones de prensa, que hay que poner fin al extractivismo (neologismo en sustitución de saqueo de los recursos naturales) y que, en cambio, hay que industrializar las materias primas y así poner fin a ese sistema económico depredador. Sin embargo, cuando llega el momento de los hechos y se puede poner en práctica desde el gobierno los planes “revolucionarios”, los optimistas ofrecimientos se volatilizan y se retorna con más entusiasmo a practicar lo que se criticaba y repudiaba en los términos más ácidos.
Ese antiguo fenómeno sigue siendo visible en la actualidad e inclusive es planteado abiertamente por algunas altas autoridades, que no vacilan en considerarlo como la tabla de salvación para su sistema de vida y la prolongación de su existencia. En efecto, dicen una cosa y hacen otra.
Recientemente una alta autoridad de Estado declaró que la “estabilidad económica y el crecimiento del país” dependen de tres aspectos: extracción de gas, exportación de materias primas (gas, minerales, etc.) y de alguna supuesta mejora de la agricultura. Destacó que la exportación y el alza de precios del cobre, estaño, cobre, plata, etc., así como la exportación del “petróleo”, son la “fuente importante de ingresos para Bolivia”, apreciación que revela en forma transparente el reconocimiento a que la vieja política económica está vigente y el Presupuesto del Estado continúa dependiendo de las exportaciones de materias primas, con más intensidad que nunca. A esa política extractivista se sumarán el “gran sueño” del litio, la planta de Bulo Bulo y “tucuymas”, que permitirán un crecimiento del país en más del 4.7% para conceder el “segundo aguinaldo”, y otros.
Pero cualesquiera fuesen los éxitos de esos indicadores (mejores precios, mayor volumen de exportación, etc.), Bolivia seguirá navegando en vías del neocolonialismo, tan o más voraz que el antiguo y todo a título de “cambio” y eufemismos rimbombantes que acarician los oídos y hacen ver maravillosos paisajes a la población, con un manejo “científico” de la psicología de masas, recurso para evitar un naufragio del populismo.
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