Cnl. Desp. Iván Luque Barral
Los índices de violencia en contra de mujeres, niños y niñas en nuestro país son alarmantes, pese a la incorporación de la Ley 348 “Ley integral para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia”, la misma que si bien sanciona a los agresores, no erradica el problema.
Solo en Cochabamba las denuncias de violencia llegaron a 6.000 casos en la presente gestión, a diferencia del 2016, cuando se atendió 5.668 casos. De esa cantidad de hechos, 18 fueron tipificados como delitos de feminicidio, que representa el 0.16%.
Pese a ser una proporción reducida, no por ello dejó de impactar a la población, cuando se dio a conocer las diferentes formas crueles en las que perdieron la vida las 18 mujeres, quienes vivieron diferentes etapas de violencia, terminando sus vidas en manos de sus agresores, quienes fueron elegidos para ser sus concubinos, esposos o parejas sentimentales, mientras sus hijos e hijas vivirán huérfanos de madre.
Este flagelo social puede ser modificado estructuralmente, si desde la familia y, sobre todo, con la educación de sus hijos e hijas, la comunidad se compromete a incorporarse, para poder conocer la problemática y establecer mecanismos de prevención en forma horizontal y multidisciplinaria.
Ello significa que desde los hogares se debe modificar las formas de crianza de los hijos e hijas y cambiar la lógica machista de que solo las mujeres se hagan cargo de la atención de los menores o que solo los varones deben ser los responsables de la manutención de la familia.
En la misma lógica social de tolerancia y entendimiento, los niños y niñas deben reeducarse, ya que ambos son tan importantes para la construcción de una sociedad menos violenta, modificando las propias actividades de juegos que en la actualidad son elegidos por género.
En la etapa de la adolescencia y el enamoramiento, también se debe modificar algunas conductas, considerando que los varones muestran una menor tolerancia a la frustración, tratando de eludir los problemas o pretendiendo eliminarlos, como si fuera una conducta natural.
No solamente se debe modificar los modelos de enseñanza y aprendizaje, sino patrones para concebir que no existen roles definitivos según cada género. De esta manera las próximas generaciones deberán asumir sus responsabilidades en función de la edad y no necesariamente del género, aprendiendo ante todo que los niveles de violencia deben ser erradicados de su conducta, en caso contrario corren el riesgo de ser sancionados.
Por el contrario, los niveles de violencia no solo se mantendrán vigentes, con tendencia a incrementarse, sino que los agresores que lleguen a cometer delitos de feminicidio, como establecen los profesionales en psicología, podrían no solucionar su forma de responder a sus frustraciones, al haber incorporado en su conducta el extremo irreparable de la violencia.
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