Con el deber cumplido y la conciencia tranquila, el Mariscal Antonio José de Sucre, en su condición de dignatario de Estado, dio a conocer su mensaje, ante el Congreso Extraordinario de 1828.
“Declaro solemnemente que en mi administración yo he gobernado: el bien o el mal, yo lo he hecho; pues por fortuna, la naturaleza me ha excluido de entre esos miserables seres que la casualidad eleva a la magistratura” (1), dijo el ilustre militar.
Con esas palabras, que honraron las páginas de la historia política latinoamericana, se hizo responsable de todas las acciones que caracterizaron a su gobierno, tras haber tomado las riendas del Poder, por la decisión de su antecesor, el Libertador Simón Bolívar. Acciones que fueron asumidas con indeclinable voluntad política al servicio de los supremos intereses de la nación recién fundada: Bolivia. Asimismo con amplia predisposición para trabajar por las aspiraciones, de mejores días, de la ciudadanía, de la nueva República, que había depositado su confianza y esperanza en él.
Palabras del Mariscal Sucre que se constituyeron, con el correr de los tiempos, en paradigma para los futuros gobernantes. Una valiosa lección que debería ser asimilada por quienes están en el ejercicio de la Primera Magistratura.
Hoy se lavan las manos quienes cometieron excesos en la conducción de los destinos nacionales, en dictadura o democracia. Pocos, obviamente, se responsabilizaron de tales hechos y purgaron sus delitos en las cárceles.
“No he hecho gemir a ningún boliviano; ninguna viuda, ningún huérfano solloza por mi causa; he levantado del suplicio porción de víctimas, condenadas por ley; y he señalado mi gobierno por la clemencia, la tolerancia y la bondad” (2), reiteró el Mariscal Sucre.
A su paso por la administración pública, como cabeza de gobierno, priorizó la clemencia, la tolerancia y la bondad, por el bien común. Por ello condujo el gobierno nacional con respeto a la dignidad humana, sin vulnerar los derechos humanos. En consecuencia, no dejó heridas en el seno del pueblo. No hubo viudas ni huérfanos que hayan sido víctimas de su régimen. “No he hecho gemir a ningún boliviano”, declaró el distinguido uniformado.
Muchos gobernantes, en nuestros tiempos, pasaron a la historia salpicados por la sangre que hicieron derramar al pueblo. Estigmatizados, también, por el dolor que ocasionaron entre quienes pensaban diferente. Execrados por los que fueron exiliados o desterrados por causa de sus ideas o ideales. Por lo visto, jamás tuvieron la paz para disfrutar de la vida ni la suficiente tranquilidad para conciliar con el sueño. “Ni perdón ni olvido”, sostiene el dicho popular.
El Mariscal Sucre pasó a la historia adornado por la legalidad, la justicia social, el entendimiento y la tolerancia. Pues no tenía afanes de perpetuarse en el Poder. No se hizo llevar por la angurria del Poder. Su desinterés y desprendimiento fueron inmensos.
En suma: ¡honor y gloria al venezolano Antonio José de Sucre!
(1) “Mensaje del Presidente de Bolivia Antonio José de Sucre al Congreso Extraordinario de 1828”. La República, La Paz – Bolivia, 6 de agosto de 1925, pág. 16.
(2) Ídem.
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