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La elección de Sebastián Piñera ha completado un círculo desafiante para la diplomacia boliviana. Mientras gobernaron Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff (Brasil), Cristina Kirchner (Argentina), Fernando Lugo (Paraguay), Michelle Bachelet (Chile) y Ollanta Humala (Perú), América del Sur fue el paraíso para la diplomacia nacional. Ahora, coinciden los analistas, el gobierno deberá extremar su habilidad para mostrarse amigable ante gobiernos y presidentes cuyas bases ideológicas siempre denostó. Al sur tiene a Mauricio Macri, al este y noroeste, a Horacio Cartes y a Michel Temer, al norte a Pedro Pablo Kuczynski, y ahora al oeste, a Piñera. Ha sorteado algunas dificultades, pero en sus 12 años de gobierno, Evo Morales nunca había estado ante un cerco así.
Una prueba para su capacidad de moverse en el nuevo terreno puede darse el 11 de marzo, cuando por segunda vez Piñera asuma el mando en Chile. En Santiago se congregarán jefes de estado de toda la región, incluso, y probablemente en primera fila, Donald Trump, del más puro linaje capitalista que Piñera gusta.
Si el presidente Morales asiste, muchos ojos lo seguirán. Con quiénes se saluda y conversa, qué comentarios hace. No estarán ni Chávez ni Lula, con quienes podía darse afectuosos apretones de manos, e intercambiar comentarios y bromas. En lugar del ecuatoriano Rafael Correa estará Lenín Moreno, que viene de retorno de las políticas del Socialismo del Siglo XXI que encomia el jefe de Estado boliviano y que para el nuevo mandatario chileno son anatema.
En el primer gobierno Bachelet (2006-2009) las relaciones bilaterales fueron apacibles. La creencia que pudo tener el presidente Morales de que gobiernos con algunas similitudes ideológicas se entenderían mejor, mantuvo en calma las relaciones entre las dos naciones, hasta que el mandatario boliviano, a poco de Bachelet entregar el mando a Sebastián Piñera, dijo que había sido engañado y que llegaba el momento de reactivar la demanda marítima a toda máquina. Cuando Bachelet retomó el mando de Piñera, las flores de los primeros tiempos ya estaban secas y marchitas y no había besos que pudieran devolverles vida. Ahora que vuelve la misma inflexión y Bachelet entrega el mando a Piñera, no hay esperanzas de revivirlas. Las relaciones bilaterales han tocado fondo y no se vislumbra un rescate próximo. El caso fundamental de Bolivia aguarda en La Haya sin margaritas para deshojar.
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