Es admirable la sabiduría e inteligencia del pueblo boliviano, cualidad adquirida en las permanentes luchas sociales. En consecuencia, resultó favorecido con el respeto y la consideración de sus similares de la región y del mundo.
Ni los políticos más avezados pudieron engatusarlo o supeditarlo a sus oscuros designios. Sencillamente porque el pueblo siempre ha caminado con la historia y jamás se ha apartado de la línea político ideológica trazada por quienes clamaban justicia social. Siempre ha marcado hitos revolucionarios que cambiaron los destinos en esta parte de Sudamérica. De todo ello están debidamente informados propios y extraños.
En este marco el pueblo ha aprendido a discernir lo bueno y lo malo, lo constructivo y lo destructivo, por el bien común. Actitud que fue asumida no sólo en democracia sino en dictadura. Lo hizo desde las urnas electorales y esquivando, asimismo, a la metralla fratricida, en tiempos autoritarios.
No tuvo miedo al salir a las calles, avenidas y plazas a fin de testimoniar su repudio a la arbitrariedad, al latrocinio y prorroguismo, que mellaron la dignidad nacional, en el pasado mediato y que se constituyeron en la vergüenza del país. Y tuvimos dignatarios de Estado que, ante ese movimiento popular, fugaron por avión, por helicóptero, con rumbo desconocido. Algunos retornaron y otros no lo hicieron. Algunos también acabaron sus días trágicamente.
“Por sus frutos los conoceréis”, anota la sentencia bíblica. En este contexto el pueblo boliviano, heroico hoy como ayer, está suficientemente preparado para evaluar los avances y retrocesos que nos legaron quienes hicieron de la política un medio de vida, en democracia y dictadura. Nos referimos a algunos oportunistas y vividores, tránsfugas y calculadores.
“En Bolivia, antes se hacía justicia social en época de elecciones y en los reducidos círculos electorales con enunciados, mentiras y promesas. Hoy nos estamos decidiendo todos a edificar la justicia social sobre los cimientos de mayor número de fuentes de trabajo, cuya apertura se debe garantizar”, decía un dignatario de Estado, a fines de la década del 60, del siglo pasado (1).
He ahí una verdad histórica. Una actitud que siempre asumieron quienes gustaron de la dulzura que ofrece el quehacer político. Ello ha ocurrido en todos los tiempos y pueblos.
La testarudez quiso imponerse, en el siglo pasado e inicios del presente, en el país, pero no logró su objetivo. Recordemos que quienes practicaron la política, a tiempo completo, actuaron con demasiado egocentrismo y reaccionaban con el hígado. Parece que habían perdido la sindéresis. Siempre trataron de pisar fuerte y al intentarlo pisaron en falso. Ahí es cuando se generó una suerte de descrédito, o sea la pérdida de toda credibilidad, provocando el desencanto ciudadano. Entiéndase como el repudio a los políticos.
En suma: el pueblo boliviano ha ratificado, en todo momento, su vocación de servicio a los supremos intereses de la nación.
(1) “Respuesta de Barrientos a la Iglesia”. EL DIARIO, La Paz – Bolivia, 27 de abril de 1969, Pág. 8.
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