Augusto Vera Riveros
“Mandaré obedeciendo al pueblo” -en parafraseo del subcomandante Marcos- fue el corolario de un emotivo discurso pronunciado ante el Congreso Nacional por el primer mandatario indígena de nuestra historia latinoamericana en ocasión de su asunción al mando; allá en el ya lejano 2006. Qué esperanzador fue para el que suscribe estas líneas, como para millones de bolivianos, escuchar esa expresión con tinte de adagio, en boca de Evo Morales. Fue un gesto de sumisión ante su país y de humildad ante sus electores que no fueron pocos. Fueron alrededor de dos tercios los que depositaron en su líder todas sus angustias, frustraciones y desesperanza, que durante décadas padecieron por causa de sistemas de gobierno ineficaces y casi toda la ciudadanía, con la promesa de una auténtica revolución moral y del comportamiento.
Pero el prolongado ejercicio del poder, por razonamiento generalizado, políticamente comprobado y evidencia antropológica, marea, envanece y ensoberbece a extremos de que quien lo detenta, pierde toda sensibilidad, toda la perspectiva del arte de guiar un Estado y cae en los vicios más mezquinos y ególatras, emulando a quienes jamás estuvieron adscritos a las formas democráticas de gobernar.
¡Cuánto apoyo tuvo el gobierno del presidente Morales al iniciar su mandato! Pero el tiempo corre, es inexorable en su transcurrir; y en la vida, como en las tendencias políticas, todo es cíclico: liberalismo, comunismo, capitalismo, etc., todo tiene un principio y fin, porque las sociedades evolucionan, las realidades se transforman, las necesidades se imponen y sobre todo, los errores se paga.
Últimamente el llamado socialismo del Siglo XXI entró en su recta final, todos lo sabemos, y aunque no se quiera siempre aceptar, desconocer expresiones de segmentos de la sociedad, que en las últimas semanas vemos en el país, como los de trabajadores en salud, el entorno que les rodea, es decir familias, estudiantes de medicina, la Universidad Pública en pleno; comités cívicos, instituciones profesionales, sectores importantes del autotransporte, magisterio, y lo paradójico: pacientes en tratamientos de diversas patologías, y muchos otros estamentos más de la ciudadanía, que se pronuncian con intransigencia contra el Art. 205 del Sistema del Código Penal recientemente promulgado, es evidencia de que algo se está haciendo mal en el gobierno.
Cierto, no se está escuchando la voluntad del portador de la soberanía. Y esta vez es mi turno de parafrasear, pero a esas decenas de miles de ciudadanos que rechazan preceptos del novísimo Código sustantivo penal: “si eso no es el pueblo, el pueblo dónde está”. ¿No había que gobernar obedeciéndolo? ¡Basta de oídos sordos ante el clamor popular que crece al paso de cada hora! Y no es que garantice que, como en otras ocasiones, el juego del cansancio al que desafía el gobierno a las ya frecuentes insurgencias no vaya a ganar, pero aun si eso ocurre, aseguro que el respaldo de la gestión gubernamental se ha reducido en progresión geométrica.
Invitar al diálogo, como lo han reiterado los presidentes de las cámaras legislativas y el propio Vicepresidente, condicionándolo al levantamiento de las presiones, al mismo tiempo que insistiendo en que el mentado Art. 205 no se modificará, es definitivamente, insólito. ¿De qué se dialogaría, si el motivo del entuerto es ese?
Hay una ceguera política o una visión onírica del gobierno respecto a un pueblo indignado, pero espontáneo, que sale por los fueros de un sector (el de salud) que tiene graves deficiencias, es cierto, pero que deben ser subsanadas con medidas de estructura y no con normas ajenas al sentido común.
El autor es jurista y escritor.
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