Probablemente la violencia política en vastas zonas del tercer mundo proviene de múltiples causas: la destrucción acelerada del tejido social tradicional, el surgimiento de expectativas de progreso colectivo e individual (que no pueden ser satisfechas a corto plazo), el acelerado crecimiento demográfico en un lapso temporal muy breve, las grandes migraciones del campo a la ciudad, una hiperurbanización caótica, la debilidad de las instituciones, la democratización incompleta y el desencanto generado por una modernización insuficiente, que sigue marcada por considerables diferencias sociales. Todos estos factores han corroído irreparablemente el tejido social tradicional, generando una sensación general de desamparo, proclive a la conocida dialéctica de frustración y agresión.
Muchos regímenes políticos tienen enormes dificultades para satisfacer las nuevas exigencias de una población que se halla en un fuerte proceso de expansión. Hay que tener presente, además, que grandes porciones de territorio en las regiones tropicales están conformadas por desiertos, estepas y selvas, es decir por suelos que difícilmente se prestan a la vida humana, y que si se los utiliza económicamente, se degradan de modo acelerado por causa de su precariedad ecológica. La configuración del medio ambiente no es precisamente favorable a una apertura indiscriminada de todas las regiones del país respectivo hacia el progreso material y, por ende, a mitigar de esa manera el incremento demográfico. Pese a ello persiste en numerosos países el mito popular de las riquezas inmensas del suelo patrio, potencialidad que estaría refrenada por políticas públicas inadecuadas y antipopulares. Tenemos entonces una situación ecológico-demográfica que constriñe el desenvolvimiento rápido de las fuerzas productivas e indirectamente aumenta el potencial de protesta y de violencia.
El potencial de la violencia política en muchas regiones puede ser explicado adecuadamente si se incluye en el análisis la dimensión social-psicológica y la cultura del autoritarismo. Especialmente importante es el análisis de los nuevos sectores urbanos, desarraigados de su origen campesino-rural y no integrados exitosamente al medio urbano moderno. Un estudio psicoanalítico del investigador peruano César Rodríguez Rabanal, que entretanto tiene la reputación de un clásico de las ciencias sociales (Cicatrices de la pobreza), asevera que numerosos grupos urbanos desarraigados despliegan en el contexto de extrema pobreza una estrategia de supervivencia básicamente defensiva, sin rasgo alguno de generosidad y más bien con marcada tendencia a un comportamiento mezquino, desconfiado y envidioso, que no son precisamente elementos favorables a una solidaridad efectiva de los sectores populares. En el Perú esta alta tasa de desconfianza sería contraria al funcionamiento cotidiano de un sistema democrático y favorecería el verticalismo, las jerarquías rígidas y los procedimientos altamente burocráticos.
Dilatados sectores de jóvenes de zonas rurales del Tercer Mundo parecen preferir un camino autoritario a la modernidad. Se trata de una generación que ya no vive en el mundo tradicional, pre-industrial y rural de los padres y que tampoco pertenece a la sociedad moderna de las grandes ciudades. La inseguridad resultante se aferra a explicaciones simplistas del atraso (experimentado como traumático), las que, a su vez, consolidan una estructura caracterológica maniqueísta y dogmática. Estos jóvenes han crecido en el seno de una tradición cultural autoritaria que es afín al uso relativamente frecuente de la violencia física, y son propensos a aceptar sin mucho trámite un programa político que combina la ideología de la modernización acelerada con pautas totalitarias de comportamiento y con estructuras rígidas y jerárquicas dentro de los partidos políticos populistas.
Lo grave reside en el hecho de que estos factores continúan vigentes en amplias zonas del planeta. Las causas profundas de la violencia no han sido erradicadas, y por ello el futuro del Tercer Mundo es incierto.
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