El odio político en Bolivia siempre ha sido despiadado. “Hay que hacer leña del árbol caído”, dirían algunos. Esta práctica, propia de nuestra idiosincrasia, continuará su cauce, desgraciadamente, en democracia o dictadura, pese a los cambios que ha ratificado el Siglo XXI.
En este marco rememoremos un pasaje histórico que avivará, seguramente, afectos y desafectos, entre los lectores que están dentro y fuera de la Patria.
En consecuencia: en la década del 60, del siglo pasado, emergió la figura de René Barrientos Ortuño, considerado como el fenómeno nacionalista, a ultranza. Con amor profundo a la Patria que le vio nacer y gratitud eterna a la institución de la que provenía. Fue “un hombre íntegro que sabía reconocer sus errores y responsabilizarse de sus actos”. (1).
De humilde alcurnia, asimiló las primeras letras del alfabeto gracias a la generosidad de los religiosos en Cochabamba. Pero adquirió una sólida formación cívica en su carrera castrense. Hablaba, al margen del español, quechua, sin ser originario. Ello resulta sumamente importante hoy. E inglés, sin ser norteamericano. Siempre se lo escuchaba lanzar sus arengas en quechua, para ser más explícito ante sus coterráneos. Alguna vez expuso los problemas nacionales en inglés en organismos internacionales.
Un gobernante que puso fin a los excesos políticos que generaron incertidumbre y temor en la ciudadanía. Asimismo al prorroguismo que encerraba ambiciones desmedidas. Y tuvo, como todos los dignatarios de Estado, partidarios y opositores, amigos y enemigos, aduladores y difamadores. Esta suerte ha recaído sobre los líderes que gobernaron una nación. Nadie estuvo libre de ello.
Obviamente quienes obedecían consignas foráneas discreparon, en absoluto, con su discurso y su manera de hacer política. Ellos lo motejaron de restaurador de la “rosca”, reaccionario y contrarrevolucionario. Es que jamás coincidirían con su liderazgo, pese que surgió rodeado de un apoyo político mayoritario. Entre este apoyo se destacaba el relativo a los militares y campesinos.
Barrientos Ortuño representaba la antítesis de las ideologías importadas. Traducía las ideas y los ideales que emanaban de esta tierra rica en recursos naturales. Conocía las necesidades y aspiraciones del pueblo boliviano. Es que recorría el territorio nacional, de rincón en rincón, de manera incansable. Viajaba con una promesa bajo el brazo: “la batalla por el desarrollo”. Y en uno de esos viajes encontró la muerte trágicamente. Un “hombre enamorado de su tierra y deseoso de poder contribuir a su bienestar” (2), anotarían de él.
Barrientos Ortuño conminó, sin ser antiimperialista, a la Gulf Oil, compañía norteamericana que operaba en el país, a triplicar los bienes que debía ganar Bolivia, por la explotación de sus hidrocarburos. He ahí una actitud patriótica muy poco difundida.
En suma: un tema histórico, posiblemente con el pro y el contra, para conocimiento de las nuevas generaciones.
(1) “Barrientos: El General del Pueblo”. EL DIARIO, La Paz – Bolivia, 6 de agosto de 1975.
(2) Ídem.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
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