Violencia contra docentes

Además de la violencia entre iguales, en las unidades educativas hay una gran conflictividad en el aula, que afecta negativamente no solo al proceso de enseñanza-aprendizaje, sino también al profesorado. Y esa conflictividad que llega a alcanzar cotas de la violencia real, de alta intensidad, puede hacer que el acoso entre iguales quede como algo periférico.

Algunos estudiantes muestran problemas muy serios de comportamiento, actuando de forma desconsiderada hacia su profesor/a o hacia sus compañeros. Si bien es cierto que en general se trata de una violencia de “baja intensidad” (ruidos intencionados, chillidos estridentes, palabras malsonantes u obscenas en medio de una explicación, sin que muchas veces el profesor pueda reconocer o identificar su origen), no es menos cierto que este tipo de comportamiento crea un estado de tensión tal, que tiene dosis de agresividad propia de la violencia real, de una violencia de alta intensidad que afecta sobre todo al profesorado.

Ante estas conductas disruptivas, el profesorado agota sus “estrategias pedagógicas”, trata de controlar la situación y el orden de la clase poniendo “partes” o “apercibimientos” graves y/o leves a esos estudiantes conflictivos, ante entes superiores, cuya acumulación origina solo la apertura de “expedientes disciplinarios, suspensión temporal y compromisos”. Ante esta situación, hasta los padres se ponen en contra del profesor, acosándoles y amenazándoles.

En realidad, el aula ya no es exclusivamente un lugar para aprender, porque se ha convertido en una prolongación del hogar y de sitios de ocio (bares, discotecas, el barrio, el campo de fútbol…); los estudiantes no diferencian entre conductas dentro y fuera de la escuela.

Aunque se implementó una ley para evitar la violencia escolar, el acoso y maltrato por parte de estudiantes a profesores no es aún visibilizado.