Centenario de un notable administrador de justicia

Asomaba la década de los ochenta y me hallaba cursando los primeros años en la Facultad de Derecho de la UMSA. El ambiente de juristas, de gran talla por entonces, que fueron los llamados a formar esas generaciones de nuevos Abogados, hicieron en mí por un lado, conocer todavía solo de nombre al Dr. Oscar Lugones Encinas; mi entorno familiar, desde tiempos más remotos vinculado a la judicatura, complementaron mi admiración por ese personaje del círculo forense.

Mi nexo con el medio, del que destacadísimos profesionales fueron parte, era todavía muy inaugural, pero la figura del jurisconsulto resaltaba entre ellos nítidamente; su talla intelectual traducida ora en la investigación, ora en la creación doctrinaria, bien en el ejercicio de su pasión: el derecho, o en lo que el egregio abogado halló como la cúspide de su vocación: administrar justicia, era la de un gigante. Hubo, por lo demás, en esa década y algunas más que le sucedieron, grandes abogados, de dilatadas carreras y aunque la endemia de la justicia en nuestro país para entonces ya tenía antigua data, las universidades públicas, únicas existentes para la formación entonces en ese campo, podían presumir de dar al mercado lúcidas mentes, de las que hoy mismo retengo en mi memoria nombres y trayectorias paradigmáticas, que me abstengo de enunciar para no caer en el siempre infame resultado de omitir a quien no se querría hacerlo; prefiriendo por tratarse este año del centenario del nacimiento de mi elegido, rendir mi homenaje a través suyo a esa legión de jueces, en todas sus jerarquías, que hicieron honor al juramento de probidad.

Efectivamente, me centro en la imagen y perfil del juez modelo, del insigne hombre que honró a cuanto estrado le cupo presidir, quien -de acuerdo con datos contenidos en la obra “185 años de la provincia Muñecas”, del escritor Dr. Wilson Monrroy Aliaga- nació en la localidad de Ayata, provincia Muñecas, el 24 de julio de 1918. Enfoco mi atención en él, decía, porque cien años que por sí solos no son mágicos, lo son cuando se trata de rememorar el paso por esta vida de notables personajes y sobre todo en un a menudo incomprendido oficio de defender causas ajenas y, principalmente, de juzgar pleitos de terceros.

La irreprochable conducta en la vida pública y privada del Dr. Oscar Lugones fue, con total justicia, motivo -siempre amparado en los datos de Monrroy Aliaga- de varias distinciones, y así debió haber sido, porque conforme transcurría el tiempo y el suscrito se empapaba cada vez más de los vericuetos que inevitablemente son parte de, quien sabe, la más noble de las profesiones, el respeto por tan distinguida personalidad crecía. Y es que había indagado sobre su trayectoria, que empezó como de casi todos los grandes, desde abajo, desde los puestos auxiliares más triviales, hasta encumbrarse como Ministro de la Excma. Corte Suprema de Justicia de la Nación, a donde llegó gracias a un impecable paso previo por la presidencia de la R. Corte Superior de Justicia de La Paz.

Un poco más adelante, cuando me hallaba dando mis primeros pasos en el ejercicio de la abogacía, pude conocer personalmente al Dr. Lugones y ser privilegiado testigo de su humildad, su circunspección y dominio de la ciencia del derecho. Quedé fascinado con su verba, y, a partir de entonces mantuve una relación de amistad que solo la diferencia de varios lustros entre su nacimiento y el mío, ponía ciertos límites. Para una buena parte de quien me lee, puede no significar nadie, pero para los hombres de derecho que lo han conocido y que aún perviven, el Dr. Lugones Encinas fue esclarecido administrador de justicia.

El autor es jurista y escritor.