David Foronda H.
Dentro de los recuerdos de quienes vivieron hace décadas por los barrios que son aledaños a las inmediaciones de la ex Estación Central, siempre estará presente en su memoria ¡el ferrocarril! Salía desde el lugar por una serpenteante vía férrea que atravesaba, gracias a un puente aéreo, la avenida Manko Kápac, por un lado de los Laboratorios Vita, cruzando luego la avenida Buenos Aires -convertida hoy en una arteria comercial muy concurrida- para después llegar a desplazarse por el bosquecillo de Pura Pura, trayecto en el cual jovenzuelos traviesos se “colaban” al tren obligando a los brequeros a cumplir una tarea de exhaustivo control.
En su recorrido debía atravesar por un par de túneles cortos, por lo cual existían avisos que decían: brequeros agacharse -ellos caminaban encima de los vagones- y al respecto más de uno recordará que en esos letreros, encima del aviso original, se leía: “brequeros cacacharse”. Ello ocasionaba el jolgorio de los pilluelos dados a la tarea de permanecer “colados” en el convoy, pues la subida era muy lenta, por lo empinado de la vía, hasta llegar a la Ceja.
Quién no conocía esa edificación, inmortalizada en el tema “La vieja estación” del grupo “Los Grillos” -dé-cada de los 70- que en partes sobresalientes dice: cuando yo escuché las últimas pitadas de aquel tren, mis lágrimas brotaron, los ojos se nublaron, en las puertas del andén… yo quie¨ro que tú me digas que no me olvidarás, y a cambio de tu partida que pronto volverás… te seguiré esperando en la vieja estación.
También evocan los ár-boles cactáceos del muro extenso de la avenida Re-
pública. Comentan que eran centenarios, y aunque no conozco a qué especie bo-tánica específica pertenecen no dejan de llamar la atención porque desde el suelo su tallo y ramas son cactos espinosos. Casi desaparecen por la ac-ción de la mano del hombre, ya que al derribar los antiguos muros de adobe para dar paso a un enrejado metálico en lo que hoy son instalaciones del teleférico, “mataron” a la mayor parte, aunque se salvaron algunos que continúan cual centinelas eternos del lugar. ¿No pudieron ser trasplantados en otros sitios, quizá debido a la inexistencia de gente entendida en la materia, o sea botánicos?
Ya que hablo de vegetación, ahora me ocupo de un árbol cuyas semillas de color negro simplemente eran conocidas en ese entonces como “pedo alemán” (con las disculpas del caso). Los rapazuelos de esas décadas, para evitar el rendir algún examen en el colegio se trasladaban hasta la entonces denominada zona de Chu-quiaguillo -lo que actualmente es Villa Fátima- con el fin de recoger algunas, ya que estas al ser aplastadas y mojadas con agua tenían la particularidad de despedir un olor insoportable, cual se tratase de pedos o flatulencias expulsadas por cualquier persona. En el aula donde la utilizaban esos avispados alumnos, obviamente, ya era imposible seguir con la clase. Pues bien, se trata de algunas añejadas que, espero, les traigan algunos recuerdos.
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