Ernesto Bascopé Guzmán
¿Cómo fue la primera revolución del mundo? ¿Dónde ocurrió? Preguntas que es imposible responder con certeza, por supuesto, pero que no dejan de tener un profundo interés, tanto académico como social. En efecto, parece evidente que reflexionar al respecto nos lleva naturalmente a una mejor comprensión de la Historia y nos da pistas para guiar la acción política en esta época.
Imagino alguna aldea ancestral, en el Viejo Mundo. No es inverosímil suponer que han vivido durante generaciones, siglos quizás, bajo algún sistema de creencias y tradiciones. Sus habitantes tienen prohibido cruzar cierto río o entrar en cierto bosque, pues piensan que así lo han determinado sus primitivas divinidades. O quizás deben cumplir con algún ritual bárbaro, sacrificando a quien designen sus brujos. Nadie discute lo que éstos mandan, pues así ha sido desde siempre y así será, dicen, hasta el fin de los tiempos.
La vida sigue su curso rutinario, hasta que un día sucede lo inimaginable: alguien se atreve a desafiar el tabú y avanza por las regiones prohibidas, o decide abandonar los mandamientos irracionales de la primitiva religión que los oprime.
¿Qué los llevó a liberarse de la camisa de fuerza de la tradición? No podemos hacer otra cosa que lanzar conjeturas: quizás fue la curiosidad, mezclada con algo de temeridad, la que empujó a esos héroes anónimos a cruzar las barreras impuestas; o, más probablemente, una combinación de hastío con el presente y esperanza en un mundo nuevo, uno sin imposiciones ni autoridades inamovibles.
No podemos saberlo. Lo cierto es que esta primera revolución requirió de una dosis extraordinaria de imaginación y valor. Imaginación, para concebir ese mundo nuevo más allá de la limitada realidad determinada por la autoridad y para negar la existencia de esos dioses absurdos; valor, en igual medida, para vencer el insidioso miedo impuesto por los poderosos.
Evidentemente, el precio a pagar debió ser elevado. Es probable que los revolucionarios hayan sido perseguidos, asesinados incluso, por los eternos detentores de la autoridad. Nada sorprendente en esa reacción, pues éstos supieron antes que nadie -siempre lo hacen- que su fin estaba próximo y que la imaginación y el valor terminarían barriendo con el régimen tradicional y con sus miserables existencias.
Esta primera ruptura con el orden establecido habría de repetirse en incontables ocasiones a lo largo de la Historia. El contexto sería sin duda diferente en cada caso, con otros ídolos que romper, otros tiranos que vencer, otras reglas opresivas que desobedecer. Sin embargo, el fondo es siempre el mismo y repite la vieja historia original, la de esa primera, hermosa, revolución.
No siempre es fácil determinar si se acercan tiempos de revolución y ruptura con el pasado. Recetas no existen, pero es seguro afirmar que el cambio es necesario cuando los ocasionales gobernantes nos dicen que nada existe más allá del horizonte, cuando afirman que sus palabras son definitivas e inapelables, o cuando quieren convencernos de que no hay futuro sin ellos, pues son indispensables.
En cuanto al valor y a la imaginación, motores del cambio, no abrigo ninguna duda: están en cada uno de nosotros, esperando, para despertar, ese primer pensamiento rebelde, esa pequeña esperanza en que otro mundo es posible. Los poderosos lo saben… y tiemblan.
El autor es politólogo.
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