Quisiera llamar la atención sobre una de las grandes paradojas de nuestro tiempo. La democratización de la vida cotidiana es la que nos ha causado una buena parte de los problemas que tenemos. Dicho en otras palabras: hoy en día los medios modernos de comunicación han diseminado por todo el mundo la idea de que todos pueden y deben alcanzar el nivel de desarrollo de las naciones ya altamente industrializadas. Las telenovelas, la influencia enorme de la televisión, los periódicos y las emisoras de radio, la escuela y todos los medios nos pintan un mundo donde todos pueden tener acceso a los preciados bienes de la modernidad occidental.
La cosa es aún más complicada. Los sectores de las etnias aborígenes (y sus ideólogos), que dicen pretender un modelo propio sin las detestables influencias occidentales, en el fondo quieren modernizarse según el modelo occidental, manteniendo sólo en ámbitos residuales y marginales (como el folklore, la fiesta, la familia, la vida íntima) sus tradiciones y normativas ancestrales. Lo que realmente parecen anhelar en primera línea es el acceso al mercado, una educación tecnificada, un mejor nivel de vida, herramientas y transportes modernos y un largo etcétera. Ninguna de estas cosas ha surgido de la tradición propia de esas culturas. Según todas las encuestas realizadas, las etnias indígenas bolivianas desean adoptar las últimas metas normativas de proveniencia occidental (modernización, urbanización, cultura citadina, aparato estatal eficiente y de accionar previsible, educación formal occidental, nivel de vida metropolitano). Estos valores de orientación han sido creados por la tradición histórica de Europa Occidental y América del Norte. Lo mismo vale para casi todos los aspectos relevantes de la democracia moderna. Las civilizaciones indígenas (en el sentido más amplio) adoptan esas normativas occidentales como si fuesen propias, pero las revisten de un manto de autoctonismo en los ya mencionados aspectos marginales de la vida social. Bolivia es entre tanto una sociedad altamente compleja, una nación multi-étnica, un orden social que tiene muchos sistemas de valores normativos en sí misma y que no puede ser explicada mediante modelos simples, como son casi todos los derivados del marxismo.
El resultado es la imitación de los grandes modelos occidentales, combinándolos con elementos propios en los ámbitos residuales ya citados. Este sincretismo es muy usual. Mejor dicho: la historia universal está compuesta por intentos sincretistas. Pero no todos son exitosos. La preservación de lo propio bajo el manto de la autonomía, de la creación de modelos indígenas absolutamente propios, se ha vuelto muy laboriosa e improbable en la actualidad debido al inmenso poder normativo del modelo civilizatorio norteamericano, que resulta muy llamativo pese a todos sus aspectos negativos y detestables.
A este campo pertenece la problemática del medio ambiente. Una de las causas profundas de la crisis actual reside en un deterioro excepcionalmente acelerado de los ecosistemas naturales. Bolivia cuenta con problemas muy agudos de pérdida de la cubierta vegetal, desertificación de dilatadas áreas y erosionamiento de los escasos suelos agrícolas. Hoy se sabe que la utilización permanente y exhaustiva del medio ambiente tiene límites. La tierra es, por ejemplo, un factor absolutamente inelástico. Los recursos naturales son finitos en su mayoría. A largo plazo su utilización tiene un término. En palabras más claras: no hay para todos. Lamentablemente la distribución de recursos naturales hace que no todos puedan acceder al nivel de vida que tienen hoy los países altamente desarrollados. Esto traería consigo una catástrofe ecológica de primera magnitud, pues si todos los pueblos, incluyendo los mil quinientos millones de chinos y los mil trescientos de hindúes tuviesen el nivel de vida y las costumbres cotidianas de los habitantes de Estados Unidos, este planeta simplemente entraría en colapso. O sea: no por cuestiones políticas, sino por razones estrictamente racionales y naturales no hay para todos y va a haber probablemente durante los próximos siglos una estructura oligárquica del consumo y del nivel de vida.
La meta de una buena educación sería comprender estas paradojas de la modernidad, por más doloroso que sea este proceso.
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