Se debe admitir que a fines del siglo pasado y principios del presente, el escenario político boliviano fue ocupado por determinados “movimientos sociales” que buscaban resolver problemas históricos pendientes de solución, mediante la toma del gobierno. Esos movimientos tuvieron la posibilidad de encontrar las soluciones que buscaban y hallaron, como “instrumento” para hacerlo, a varios banderíos políticos, entre ellos el dirigido por el dirigente cocalero Evo Morales.
Sin embargo, a poco andar, esa comunidad de tiendas políticas se modificó históricamente y después de alcanzar su mayor nivel de desarrollo, ingresó en decadencia, empezando a ser desplazada del escenario por nuevas fuerzas sociales.
En esa evolución, los movimientos sociales de principios de siglo empezaron a actuar en forma independiente, poniendo fin a la unidad que lucían en su origen. Es más, cada una de esas capas sociales, luego de conseguir objetivos generales, comenzó a buscar los propios, aunque sin que nadie les preste atención. Llegó entonces la división y la confrontación interna. Quebrada la vieja unidad, cada agrupación empezó a marchar por su propio camino y también se encontró con que tenía sus propias contradicciones. Más aún, encontró que el viejo “instrumento” se oponía a su desarrollo.
La ya desgastada unidad de ese andamiaje (Conalcam) se vino por los suelos, sin que los pedidos de “unidad” para mantenerlo tengan el menor efecto. Acentuando el fraccionamiento, cada uno de los “movimientos” empezó a marchar por su lado en pos de la solución de sus propios problemas. El caduco aparato dirigente se volvió de derecha y se hizo lo contrario de su origen de izquierda, o sea, se puso contra lo que antes representaba, dando paso, finalmente, a la ley de la “negación de la negación”.
Entonces nacieron los nuevos movimientos sociales, buscando llenar el vacío de poder y ocupar el escenario político nacional, desplazando a los que ya cumplieron su misión histórica. Así, los viejos sectores hacen mutis por el foro, aunque se resisten a ser sustituidos por nuevas fuerzas motrices emergentes que quieren hacer avanzar la historia. Ese fenómeno social no terminó ahí, pues otros nuevos, como resultado de la evolución de la sociedad, emergen para cumplir nuevas tareas históricas.
Se produce, entonces, la emergencia ya no de grupos abigarrados, sino de clases sociales calificadas con objetivos democráticos definidos (no solo en sentido político de elegir gobernantes, sino también económico), para establecer un nuevo orden de cosas más definido. Estas corrientes de reciente aparición en el teatro político nacional constituyen los nuevos movimientos sociales que enarbolan nuevos objetivos y procedimientos propios, que podrían ser los factores de una nueva etapa histórica del país. Su reciente accionar, en gran medida todavía espontáneo, pudo hacer movilizar a otras capas sociales también interesadas en la necesidad de romper las amarras con el pasado y señalar nuevos objetivos para avanzar hacia el futuro.
En esa forma, los nuevos movimientos sociales de izquierda (que desplazan a los anteriores ya decadentes, orientados hacia la derecha), pudieron formar un frente común que ganó las calles en pos de objetivos generales, abriendo nuevos caminos democráticos para cumplir su respectivo ciclo histórico.
Nuevos movimientos sociales han hecho su aparición y ya ocupan gran parte del escenario político del país; les falta superar características provocadas no por influjos exteriores y así tener la capacidad de actuar bajo el influjo de móviles internos, apoyándose conscientemente en leyes del desarrollo de la historia que orientan hacia la consecución de fines progresistas.
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