El Servicio Exterior de Bolivia fue siempre un apetecible botín que el partido en el gobierno lo tomó con uñas y dientes, como fuente de codiciados premios para sus partidarios. En especial los embajadores designados eran mayormente políticos, algunos porque no habían tenido lugar en el gabinete ministerial u otros altos cargos, otros porque eran indeseables para el jefe de Estado y los prefería alejados. Los menos eran los embajadores de carrera, es decir funcionarios preparados para el oficio diplomático.
A lo largo de varios años trabajando en la Cancillería o cerca a esa actividad, pudimos observar cómo, sobre todo durante las dictaduras militares, muchas personalidades eran enviadas al exterior, como embajadores, para librarse de ellas. Desde los gobiernos liberales o antes tal vez, quienes podían poner en riesgo la estabilidad política de una administración, eran invitados a irse a lo que siempre en Bolivia se llamó el “exilio dorado”. ¿Dónde podía estar mejor un rival peligroso que lejos de las fronteras nacionales y con sueldo?
Entonces, en el pasado, muchos embajadores eran políticos de nota o altos jefes militares en desgracia, además de otras personas de plena confianza del presidente de la República, destinados en lugares que eran muy importantes para los intereses del país. Entendemos que Bolivia no ha sido la única nación que enviaba a adversarios del gobierno de turno a ocupar funciones diplomáticas, pero, seguramente, la que más.
Sucede todo lo contrario en estos tiempos de “cambio”, cuando los opositores huyen o se callan y S.E. designa a quienes le da la gana. Es así que hemos visto nombramientos que nos han dejado con la boca abierta porque, demagógicamente, como una provocación, se ha enviado como jefes de misión, a campesinos y activistas de baja monta, algunos disfrazados de indígenas, que solo provocaron curiosidad por su exotismo, pero nada más. Recordamos que hace muy poco alguno que usaba un cuero de tigre en la cabeza fugó del lugar de sus funciones sin despedirse de nadie. Acabó perseguido por la justicia boliviana y lo pillaron en otro país vecino trabajando de albañil. Y algunos militares, que están en una suerte de cogobierno, también están siendo premiados con vistosas embajadas por su lealtad, sin ningún rubor, de “patria o muerte”.
Como ha dicho con razón S.E. la diplomacia no es solo para asistir a cócteles, pero hay que decirle que tampoco es para que la oficien algunos semianalfabetos. Como sabemos, cuando se designa a un embajador, es necesario pedir previamente el asentimiento del país donde ocupará funciones. El país receptor da su beneplácito o lo niega luego de conocer el currículum del postulante. Negarle el beneplácito a un individuo es algo casi inamistoso. ¿Qué país iba negarle el “placet” a un enviado por el presidente indígena? ¿No sería tomado como un acto racista hacerlo?
Hemos visto en los medios, que, sin confirmar todavía, estarían a punto de ser designados embajadores los cuatro magistrados del Tribunal Constitucional que habilitaron a S.E. para su reelección. Con porcentajes de votación que no llegan al 6% cada uno y además con 57 denuncias en su contra, esto sería la cereza que coronaría la torta de la diplomacia masista. Esperemos que no sea cierto tan espléndido pero censurable premio.
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