La Organización de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) no siempre puede cumplir su misión humanitaria, por la carencia de suficientes medios para atender a la niñez, para preservarla de enfermedades y males. En el caso de Libia, miles de menores padecen hambre y soportan las consecuencias de una guerra civil que solamente beneficia a quienes abusan del poder y utilizan medios para mayor enriquecimiento personal, compra de armas y conformar ejércitos que combaten al mismo pueblo.
La situación de Libia en estos momentos es una de las que más aflige a la humanidad, ya que dicho país es desangrado sin consideración alguna y donde se hace de la fuerza el medio para dominar a comunidades cuyo único error es haber creído en políticas que solo han destruido vidas y esperanzas. Lamentablemente, estas desgracias, en menor o mayor magnitud, son las de muchos pueblos y cuyas víctimas son, particularmente, millones de niños que carecen de alimento, buenas condiciones de salud, educación y abrigo. En Libia, 378 mil niños esperan la solidaridad del resto del mundo; pero en la mayor parte de ese mundo prima el armamentismo. Se construye más armas que acabarán con más gente, mientras enfermedades y hambre acosan a millones de personas, que no pueden contar con leche, alimentos y medicinas. Millones de niños no tienen culpa alguna de la insanía de gobernantes de países que prefieren propiciar el armamentismo y las guerras.
Año tras año, Unicef publica estadísticas que informan cómo millones de niños padecen hambre, enfermedades, abandono y falta de abrigo; de menores que padecen los horrores de la guerra y son testigos de lo que hacen sus mayores para derramar sangre con el fin de satisfacer sus instintos más detestables. Pero nada conmueve a los fabricantes de la guerra, a los que viven cobrando víctimas por efecto de las drogas, a los que despilfarran el dinero mediante políticas que a nadie benefician y solo sirven para aumentar la corrupción. Unicef, ante los miles de cuadros trágicos que vive el mundo, no puede hacer todo lo que quisiera porque no cuenta con los presupuestos debidos y se ve limitada a informar sobre lo que deriva de la falta de amor, caridad, solidaridad y humanidad. Sin una acción solidaria mundial, millones sufren y, en varios casos, solamente esperan la muerte, como ha ocurrido en Biafra en el año 1968 y en muchos otros sitios del globo, que hasta ahora demandan mayor conciencia, honestidad y responsabilidad de los que poseen medios y dinero para aliviar el sufrimiento y menguar los dolores y necesidades, especialmente de los niños.
En general, ante las penurias que padece el mundo, queda aspirar a que los que sufren tengan esperanzas de mejores días, cuando despierten las conciencias de quienes podrían luchar para reducir la extrema pobreza.
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