El gobierno masista propuso al país el referéndum del 21 de febrero del 2016, con la absoluta seguridad de ganar. S.E. estaba absolutamente convencido de su victoria, porque alguien o varios erraron o le informaron mal. De lo contrario, si S.E. hubiera sospechado siquiera de una mínima posibilidad de derrota, la consulta popular no se hubiera llevado a cabo. Hubo, entonces, quien o quienes le dijeron que había de cerrarle la boca para siempre a los adversarios, opositores dispersos, diletantes, sin líder ni programa, además de insolentes.
Es muy difícil de comprender cómo los más allegados a S.E. no le avisaron que las encuestas venían sin mucha claridad, que la compulsa parecía pareja, que no existía seguridad de triunfo. Todos en Bolivia sabíamos que el resultado final sería muy disputado. Ya no se trataba de candidatos malos o buenos de la oposición, sino del sentimiento popular. Nadie pensaba que S.E. se iba a alzar con una de sus victorias que eran contundentes. Quienes estábamos hasta la coronilla con las maniobras del MAS para quedarse en el poder, por fin vimos una posibilidad real para detenerlo.
Por eso provoca extrañeza -o risa también- que el oficialismo diga ahora, que perdieron el referéndum por una mentira. Que lo de la Zapata fue montado para desbaratar la imagen de S.E. y derrotar al MAS. Si bien es cierto que el escándalo se produjo días antes de la votación, por entonces las encuestas estaban abiertamente divididas. Ya existían las plataformas de jóvenes -varones y mujeres- movilizados por el NO. Si lo de la señora Zapata ayudó a que S.E. quedara noqueado sobre la lona, es posible. Pero no fue la razón de la derrota del 21-F. Es absurdo decir que por una mentira S.E. salió en camilla con las luces apagadas.
Lo que causa verdadera risa -hasta risotadas- es que los partidarios de S.E. se refieran a la mentira como un arma innoble en la política. ¡Los masistas! ¡Los discípulos de Maquiavelo! Estos políticos criollazos que, sin haber leído ni la tapa de El Príncipe, sin la menor cultura, lo intuyeron. S.E. ha sido un malabarista del embuste sin que nadie nos lo cuente, porque lo escuchamos o lo leemos todos los días. Y toda la alta cúpula del MAS miente sin el menor rubor. No ha existido gobierno más mentiroso que el actual. Nos atreveríamos a afirmar que nuestros actuales gobernantes esconden la verdad por costumbre. Mienten porque no quieren mostrar su verdadera esencia. Dicen adorar la verdad para esconder sus malas intenciones. “Dime de que presumes y te diré de qué careces”, dice el dicho popular.
Si el escándalo de la señora Zapata hubiera sido una mentira montada de cabo a rabo -que no lo fue- ¿hubiera sido un delito político suficiente como para culpar de una derrota en las urnas? ¿Y si hubiera sido una monumental intriga matemáticamente planificada, qué? ¿Desde cuándo los masistas son tan correctos como para protestar y quejarse de que hayan sido engañados como infantes? Si fuera así, si lo de la Zapata tumbó con algo inventado todo un esquema y dejó a S.E. fuera de competencia para el 2019, debió caer todo el gabinete ministerial y no quedar en su sitio ninguno de los asesores extranjeros. Debió esconderse el Vice en el lugar más oscuro. Porque lo cierto es que el 21-F fue una vergüenza para S.E.
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