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Goliardos s.XXI

La mentira en política

J.A. Ventín Pereyra

Cuando cae la careta de algunos políticos en los procesos electorales al mentir, son muchos los que se rasgan las vestiduras, pero nada dicen cuando cotidianamente las mentiras están al orden del día para engañarnos en el consumo, en el comportamiento social, etc. Al respecto Pío Baroja decía en su obra La ciudad de la niebla que “la vida está hecha de mentira, de romanticismo y de farsa, el hombre es un macaco aquí como allá”.

Bien es verdad que gran parte de la responsabilidad de denunciar las mentiras recae sobre nosotros los periodistas, y quizás por ser un hecho diario sin capacidad de llamar la atención nos callamos; excepto en los periodos electorales, por su consecuencia en los resultados de los mismos.

En esas etapas se reactiva valores olvidados, que se vuelven ladrillos para tirarlos a la cara del contrincante. El pensador Franz Kafka en el tomo IX de su obra titulada El Proceso pone en boca del sacerdote lo siguiente: “¡No! -Dijo el sacerdote-, no hay que creer que todo sea verdad; hay que creer que todo es necesario”. “Una opinión desoladora”, dijo K, “la mentira se convierte en el orden universal”. Pues, bien, algunos políticos han convertido la mentira en un orden global electoral. ¡No dicen una verdad, ni por casualidad!, y lo peor es que sus acólitos se las creen, y si algún contrincante se atreve a denunciarlo y acusarlo de inmoral o indecente (en su acepción de falta de escrúpulos) se siente ofendido y monta el cirio, reclamando unas normas que ellos olvidan constantemente al mentir. Lo más curioso es que el hecho de calificar un mal comportamiento político como impropio o indecente, para algunos, es una falta de educación, algo que debería entenderse al revés. Si el criticado se siente falsamente acusado debería tomar una actitud serena y reflexiva, como señalaba Robert Frost: “una aptitud para oír cualquier cosa sin perder la compostura ni la confianza en sí mismo”.

Lo que debemos cuestionarnos en los procesos electorales es si ¿deben los políticos disfrazar sus comportamientos en el ejercicio de su actividad con eufemismos y metáforas para que así lleguen al ciudadano maquillados? José Ortega y Gasset en comentario al Banquete de Platón afirmaba que “1º Todo decir es deficiente -dice menos lo que quiere. 2º Todo decir es exuberante -da a entender más de lo que propone”, y los políticos que se dirigen a todos los ciudadanos tienen la obligación de hacerlo en un lenguaje comprensible para todos y que sintonice empáticamente con el mayor número de ciudadanos, aunque esa sinceridad lingüística pueda ofender a algunos, aunque recurran al aforismo de Michel de Montaigne: “El bien público requiere que se traicione, que se mienta y que se masacre”.

Creo que todo esto forma parte de esa vieja estrategia plasmada en la fábula de El pastor y el lobo: “¡El lobo!, ¡el lobo! Y los del pueblo (aquí los votantes) subieron a ayudarles”; votándolo quieren más pobreza, más diferenciación social, más embargos, menos educación y sanidad. Fábulas y realidad política.

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