Una causa al parecer no bien tomada en cuenta por los protagonistas políticos de la actual etapa histórica que vive el país, se ha puesto en el orden día de las cuestiones nacionales y podría estallar, con graves consecuencias para el país. Se trata de la extrema polarización de fuerzas sociales -las cuales están enardecidas por el resultado del referéndum del 21 de febrero de 2016-, que podría llegar a un enfrentamiento de grandes proporciones.
El resultado del referéndum de 2016, para decidir la reforma de un artículo de la Constitución sobre la continuidad presidencial indefinida, es defendido por una obstinada fuerza social, mientras es negado por otras, sin que se pueda llegar a una conciliación que ponga fin a esa creciente contradicción. Es más, el proceso de radicalización de las fuerzas en pugna ha ido evolucionando, hasta degenerar en un escenario de un verdadero antagonismo, característica del desarrollo de la sociedad en distintas condiciones históricas y que no se resuelve por medios pacíficos, sino mediante recursos de fuerza, en una palabra, por la violencia.
El inexplicable rechazo al contundente resultado del referéndum del 21F por parte de la corriente oficialista se ha ido agudizando peligrosamente y se hace más hondo día que pasa, hasta llegar a la situación crítica que ahora se presenta a nivel nacional, con rasgos alarmantes bien definidos. Ya no se trata, por tanto, de proclamas líricas o meros comunicados de prensa, sino que se ha pasado en su desarrollo, durante dos años, de una etapa en la que la lucha pacífica de fuerzas contrarias, con una comunidad de intereses esenciales, se transforma forzosamente en una oposición hostil y la lucha entre ellas llega hasta el conflicto de facto.
La relación de fuerzas sociales en el país ha ido cambiando paulatinamente, en forma imperceptible durante el decenio pasado y se ha alterado sustancialmente, creando una nueva realidad que requiere nueva representación política. Como resultado de ese cambio en el proceso de desarrollo, las diferencias se han ido agudizando, hasta llegar al conflicto agudo y aunque no son bien definidas, resultan menos agudas que el antagonismo. Sin embargo, al presentarse intereses políticos inconciliables, la situación ha derivado en altamente conflictiva y no se la puede tapar con un dedo.
En todo caso es de esperar -y lo invocamos sinceramente- que las fuerzas antagónicas depongan posiciones irracionales, no solo por su bien, sino por el interés de la Nación y la Democracia, que se encuentran de momento en el filo de la navaja.
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