Con irritación, si acaso no indignación, se observa que en el último tiempo la bandera nacional no merece el trato que merece, pues es el símbolo que nos representa, por lo que se le tiene que guardar entrañable respeto y amor.
De una parte, no se considera el tamaño que siempre debe tener con respecto a cualquier enseña que exista en el país. Por otra parte, no se la conserva como se merece, pues en muchos casos se la puede apreciar como una tela insignificante, casi como si fuera un trapo cualquiera.
Pero, ahondando en su valor, una bandera nacional, no solamente la nuestra, tiene que ser utilizada en ocasiones cívicas que sean significativas para el sentimiento patrio. Y si se la quiere mantener izada en algunos edificios públicos, se la tiene que colocar por encima de cualquiera otra bandera.
En la actualidad, el atrevimiento con el que se la utiliza la hacen comparable a banderas de otra índole y esto no puede ser. El Gobierno actual, por ejemplo, tiene su bandera, pero no puede hacerla comparable a la enseña nacional. No se trata de cuestionar el que tenga su propio símbolo, sino de darle el lugar circunstancial y pasajero que tiene, aparte de corresponder solo a una parcialidad de la población nacional.
Bolivia y el resto de los países del mundo tienen su propio símbolo patrio y son la representación del ser nacional de cada uno de ellos. Por tanto, son intemporales, o sea que están por encima del tiempo y de las generaciones que se suceden como población. Más bien, es la herencia que deja cada una de ellas a las que vendrán.
La obligación implícita que adquiere una institución o cualquier colectividad que opte por venerar a la enseña patria, es tenerla siempre nueva, que no tenga arrugas ni luzca como una tela insignificante. La obligación explícita que se tiene con la bandera, en lo personal y lo colectivo, es mostrarla con todo su esplendor, dándole buena conservación y hacer que sus colores siempre se luzcan con toda su plenitud y calidad.
Al ser la representación insigne de una población organizada, poseedora de instituciones y de vida propia, la bandera nacional tiene que estar siempre situada en el lugar de honor y distinción. Y bajo estas premisas venerarla como la representación misma de cada uno de los seres que constituyen el conglomerado social que se integra.
En esta oportunidad, una vez más tenemos que cuestionar que el Ministerio de Educación, muy discrecionalmente, sin ningún sentido de patria y sociedad, haya eliminado la educación cívica en escuelas y colegios, pues en cada uno de sus escalones hay mucho de exponer sobre lo que es sociedad, patria e identidad. En estas instancias también se tiene que exponer la valoración que tiene la bandera nacional, pues en ella tiene que prevalecer el sentimiento patrio.
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