Los cambios que ha experimentado el mundo en estos últimos tiempos dan para pensar mucho. Es así que se habla de todo en una época en la que se debe lidiar contra una serie de “inconsistencias” sociales: falta de empleos, exiguos salarios, encarecimiento de los productos y servicios, fuera de los conglomerados cuyo fin sólo es acrecentar sus capitales de manera desmesurada, etc., entre los aspectos que la generalidad enfrenta en su día a día. Pero, por otro lado, como responsable directo de todo lo anterior está lo relativo al acontecer político. En cualquier lado las pugnas en este campo, hasta cierto punto insanas, tienen como resultado un abanico único que ya no sólo se inclina a las “tradicionales” derecha e izquierda, sino a las muestras terminantes de autoritarismo.
Conversando con alguna persona en estos días llegamos al convencimiento de que el “absolutismo” pareciera haber ganado terreno en el mundo, por cuanto cada vez más observamos las acciones de políticos que prometen a sus ciudadanos o sociedades que “exterminarán a los delincuentes, barrerán con el desempleo, liquidarán al narcotráfico y a los narcotraficantes, harán desaparecer la pobreza, que su país recuperará el rol protagónico en el mundo, etc.”. Y para cumplir todo lo que ofrecen muestran un carácter “firme”, severo, secante, y hasta arrogante: no deja de ser el despotismo; se puede decir el de siempre, el ya conocido desde hace cientos de años, mucho antes de que se hable de “izquierdas” y “derechas”. La cosa simple y llanamente era provocar, generar, o meter miedo, con el fin de evitar cualquier reacción contraria a sus maneras de manejar todos los asuntos, necesidades, o problemas de sus poblaciones e individuos. Así, de acuerdo con las crónicas de la historia, transcurrió el tiempo para los seres humanos en medio de sojuzgamiento, injusticias, dádivas escasas, y todo cuanto ya se conoce: reyes, señores feudales, poderosos hombres del dinero, detentadores de las milicias, etc., que se posesionaron, para beneficio propio, de grupo o casta, encima de las mayorías necesitadas y carentes de lo necesario para una vida digna.
Ya en pleno Siglo XXI la “receta” vuelve a repetirse cuando se creía que se había dado pasos fundamentales y decisivos en la búsqueda -hasta cierto punto irreal- de la igualdad, justicia, fraternidad, solidaridad, y todo cuanto se requiere con el fin de dar paso a sociedades equitativas de bienestar humano general. Ahí están los autoritarios, tratando de sembrar miedo y temor en cualquier sitio del extenso y ancho mundo. Pareciera el sino de la humanidad, aunque nadie debe dejarse engañar porque, a la vez, siempre está presente esa ansia de albedrío libre que es innato al ser que puebla el planeta tierra. De manera que los autoritarismos siempre tropezarán contra esa muralla o barrera infranqueable: la sed de libertad que es característica del hombre. Al respecto, también las páginas de la historia humana enseñan una serie de innumerables y valiosos ejemplos, bastantes de ellos plagados de sufrimientos, tenacidad, y esperanzas. ¿Será así?
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