Augusto Vera Riveros
Acariciada por las aguas del mar Mediterráneo, en lo más septentrional de Egipto y casi en el vértice del África que antecede al Canal de Suez, 332 años a.C. se iniciaba el sueño de Alejandro Magno, fundando la deslumbrante Alejandría.
Estudiarla, como a la Atenas de hace varios siglos, resulta apasionante, por lo que considerar como la cuna de la cultura a una u otra, es andadura sobre arenas movedizas. Y sin embargo, conocer la ciudad más poblada de la antigüedad, la que ha donado a la humanidad celebridades de la estatura de Euclides, padre de la geometría plana, a Eratóstenes, inventor del mesolabio, Arquímedes uno de los científicos más grandes de la historia universal y tantos otros sabios formados en la sempiterna Alejandría, resulta experiencia incomparable para adquirir conciencia viva de quienes han sido y por siempre, los maestros de las ciencias.
Caminar por las calles, hoy de impecable asfalto o ver por una ventanilla de automóvil cómo quedan atrás raudos los guardarraíles acerados de las modernas autopistas en la cosmopolita urbe de 4.000.000 de habitantes o eludir las hordas de vendedores de baratijas, no impide transitar con la imaginación el esplendor de sus mejores días, de la gloria que dio al mundo entero, de sus maravillas arquitectónicas, del portento de sus ingenieros, del prodigio de sus genios, de sus dioses, de su asociación con el mundo heleno, y aun de su sometimiento al Imperio romano, que como la historia y la comprobación in situ evidencian, no menoscabó su brillo.
Sus playas, es muy probable que estén en desventaja respecto a las de la costa azul del otro lado del litoral, pero más allá del piélago, Sóstrato erigió el colosal Faro que lo hizo sólo comparable al Mausoleo de Halicarnaso o al Templo de Artemisa en Éfeso. Tampoco degustar una kobeba o un mashi o beber un kahwa en sus acogedores restaurantes, hace perder de vista que Alejandría fue privilegiada por la historia para allí, en su casco viejo, ser emplazado el Museion, fundado nada más y nada menos que por Ptolomeo para hacerla el centro, donde los más notables escritores en todos sus géneros y científicos en varias disciplinas, dedicaran su vida a la averiguación del conocimiento.
Y qué decir de las catacumbas de Kom el Shukafa, impresionante panteón correspondiente ya al sincretismo grecoromano, pero orlada de rica iconografía egipcia. La imponente Fortaleza de Qaitbay al lado del malecón, construida por el sultán del mismo nombre, es sin duda una joya de la historia de la arquitectura que se remonta al Siglo XV. Ya de estilo neoclásico, en el distrito de Manshaya se halla el monumento al soldado desconocido; formidable erección que embellece la ecléctica urbanización de la culta Alejandría.
En fin, no sé qué puede superar a los antecedentes de aquella asombrosa ciudad, cuna de la bella Cleopatra y hoy mismo anfitriona de una de las bibliotecas más grandes del mundo, de diseño, diríase futurista, cuyos estantes contienen, dicen, alrededor de 8.000.000 de volúmenes, pero diseñados para alojar hasta 20.000.000 de títulos y donde tuve hace pocos días el privilegio de hojear algunos libros raros y manuscritos antiquísimos. Es lugar de inmensas salas de lectura, en desniveles, sistemas de seguridad de alta tecnología y de búsqueda de información sorprendentemente preciso.
Esa es la Alejandría que vi, moderna, próspera, con contrastes como en todas las grandes urbes, así que no es extraña la incuria de muchas callejuelas en los extramuros que la circundan, pero que no olvida su pasado de gloria que la hizo el centro cultural del mundo antiguo.
El autor es jurista y escritor.
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