(Continuación)
Yuri Mirko Ríos Madariaga
Arami estaba en lo recóndito del TIPNIS. Descansaba en una orilla del río Ichoa, un afluente del Isiboro. Sus ojos se deleitaban con la exuberancia del lugar. El verdor rebasaba los límites de lo imaginable. De lo profundo del bosque afloraban aguas cristalinas que se perdían en el horizonte. No creía que existiera tanta belleza junta. Era simplemente indescriptible. La laguna Bolivia, más al noreste, le esperaría con sus mejores galas. ¡Qué tierra más esplendorosa!, exclamó con la vista al cielo. En ese instante, como en señal de bienvenida, el sol asomó entre las nubes y el arcoíris compuso sus colores en una pequeña cascada aledaña. Este sería su idílico hogar.
Pero la tierra prometida guardaba para ella animales un tanto “raros”. A su parecer vio enormes “peces” rosados que jugueteaban despreocupados en el río. Tenían frentes pronunciadas y hocicos alargados con diminutos dientes en las mandíbulas. No había duda, contemplaba a los carismáticos bufeos. En mayo de 2016, una noticia estremecedora salió a la luz: la matanza en el río Ichilo -en los alrededores de Puerto Villarroel- de dos centenares de bufeos para emplearlos como carnada del blanquillo (pescado de alta demanda en la ciudad de Cochabamba, especialmente en Semana Santa). El Gobierno poco después anunció “sanciones” penales contra los responsables del delito. Empero, con o sin sanciones, continúa la degradación del hábitat de este cetáceo endémico protegido por ley.
Al otro lado del río divisó a cinco cuadrúpedos palmeados. Eran sociables y joviales, también enormes; de largos bigotes y de piel marrón oscuro. Laboriosamente arrinconaban peces para devorarlos. Arami esa mañana avistaba, quién sabe, a la última familia de londras del TIPNIS. ¡Qué privilegio más envidiable! La londra fue cazada hasta el borde del exterminio. Su destino estaba sellado. Su piel, después de la del jaguar, fue la más cotizada en los mercados europeos y asiáticos para la confección de abrigos y otras prendas de vestir. Un golpe de suerte la salvó. Más bien diría que escapó de la codicia y la vanidad humana. Sin embargo, hoy, al igual que el bufeo, enfrenta la pérdida de su hábitat. No hay ninguna ordenanza concreta que resguarde a la “monarca de las nutrias”.
Pese al logro conseguido, Arami no estaba del todo contenta. Los recuerdos negativos volvían y se proyectaban en su mente como diapositivas infinitas. La zozobra invadía su ser. La última etapa de su travesía fue traumática. No era como su mamá le contó. No, ya no lo era. Encontró deforestación por doquier en el tristemente célebre Polígono 7, una zona dentro del TIPNIS colonizada por cocaleros y delimitada por una “línea roja”. En agosto de 2017, la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC) informó que entre el 2015 y 2016, los cocales en el Polígono 7 subieron de 861 a 1.233 hectáreas. Este aumento de 372 hectáreas, representó casi un tercio del total de las hectáreas de coca cultivadas en ese periodo en el Chapare. Asimismo, advirtió que el cultivo de coca en dicha zona se expandió alarmantemente hacia el norte, en dirección al ¡corazón del TIPNIS!, justo donde Arami se encontraba.
En julio de 2016, la UNODC de igual forma anunció que seis de las veintidós áreas protegidas del país experimentaron la arremetida del “arbusto milenario”. En conclusión, la coca no respeta los territorios amparados por ley, pero eso sí, menoscaba la biodiversidad. El artículo 385 de la Constitución Política del Estado menciona: “las áreas protegidas constituyen un bien común y patrimonio natural y cultural del país que cumplen funciones ambientales, culturales, sociales y económicas para el desarrollo sustentable”. Continuará...
Abajo: El círculo muestra el Polígono 7, donde se incrementó el cultivo de coca dentro de la reserva ecológica del TIPNIS.
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