Desde la tierra
Durante años revisé las noticias sobre las protestas sociales en Bolivia, desde 1914 a 2014, fundamentalmente mineras, y no tengo ninguna ficha sobre una movilización tan nacional y tan intergeneracional e interclasista como la que se dio el 21 de febrero de 2018 para pedir el respeto al resultado de la consulta de 2016.
En paralelo se desarrolló otra concentración, en algunas ciudades, convocada desde el Estado, aprovechando bienes del Estado, con controles corporativos, con presión a los funcionarios públicos -que deberían ser servidores- de diferente nivel y ¡oh paradoja! con agricultores acarreados desde las provincias. Los citadinos estaban en otra parte. Por no ser completamente voluntaria ni local, es imprudente analizarla.
En nuestra historia hay todo tipo de revueltas violentas; muy pocos ejemplos de movilizaciones pacíficas como la gran marea humana convocada por los propios ciudadanos y con sus propios medios.
Las protestas rurales eran casi siempre aisladas y sin aliados, hasta los años 30. Las huelgas comenzaron en las áreas de concentración de fuerza de trabajo, como Uncía, lideradas por mineros chilenos que traían ideas socialistas y anarquistas. Durante el sexenio, 1946-1952, el más conflictivo a nivel social del Siglo XX, se sucedían paros, algunos indefinidos, en los campamentos de la Patiño Mines con diferentes repercusiones en otros centros y en ciudades intermedias. La primera ola de industrialización trajo también la organización fabril y batallas en las villas; ferroviarios protestaban en lugares determinados, igual que los gráficos o los periodistas. Casi todo concentrado en el área andina y parte de Cochabamba.
Famosas huelgas generales de la Central Obrera Boliviana, como la de noviembre de 1979, no dejaban ni volar una mosca en La Paz o en Siglo XX, pero no tenían repercusión en Trinidad o en Yacuiba.
Ni la resistencia en 1980 o en 2003, pasando por los bloqueos cocaleros, consiguieron una llegada territorial como el 21F18, día histórico en la intensa capacidad boliviana para organizase y para decir: No; para decir: Basta. El alcance refleja cómo la nación avanzó hacia las fronteras y cómo las provincias se integraron desde el poder popular que logró la Ley de Participación Popular, pero también es una muestra de las nuevas formas de comunicación y de convocatoria. Gran cantidad de gente vivía la experiencia unida a desconocidos a través de una pantallita de celular.
Benianos desde el norte, el altiplano, el sur tarijeño, los valles chuquisaqueños, la capital pandina, los barrios paceños, todo el cordón cochabambino, y la vanguardia cruceña, hecho que también muestra cómo se desplaza el poder económico y su consiguiente poder social.
Hermosa la relación de abuelos, padres y nietos, cada uno con su idea para bloquear, para compartir ese NO en color rojo, el color revolucionario. Interclasista, cada grupo con su propia motivación, pero presentes, finos ciclistas, mujeres que hacen yoga, vendedoras de api. Sin fichas, sin refrigerios, sin pagos.
Los hechos, los datos duros, se imponen a los discursos, a los sociólogos que ven la calle sólo desde su ventana, a los funcionarios, que quieren ser bizcos, tuertos, ciegos.
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