La mujer en sus demandas siempre tiene y ha tenido muchos enemigos (hombres y, paradójicamente, también mujeres), su número es legión y todos actúan silenciosamente. Así, la mujer tiene enemigos por insensatez: son aquellos que no entienden la dimensión de la pertinencia y justicia de sus demandas, sin por lo menos imaginar que la igualdad de derechos y oportunidades para la mujer, es lo más sensato a que puede aspirar la humanidad sensible. Censuran a la mujer por su inconformismo y por dejar su rol sumiso y dependencia del hombre. Fácilmente se infiere que esta categoría de enemigos fastidia bastante, pero no saben lo que hacen.
Otro rango, también numeroso, lo constituyen los envidiosos: hombres mediocres sin horizontes determinados y agobiados por la frustración. Este rango no perdona a la mujer por su indeclinable lucha y por las honrosas posiciones que conquista progresivamente con su inteligencia, talento y virtudes, tratando de carcomer la gloria de la naturaleza de la mujer y la relegarían de buen grado. Admiten a la mujer en su rol de maternidad y dejarían de atacarla y poner cortapisas si se mantuviese en ese reducido ámbito.
Luego existe un gran número de enemigos porque su presencia en el mundo no es tan destacada como la de la mujer; se convierten en enemigos porque su naturaleza interna no se equipara a la grandeza de la mujer y aun, habiendo hombres de gran capacidad insertos en este número, no perdonan a la mujer porque les oscurece en sus objetivos personales y en sus dominios.
Por fin se encuentra a los enemigos de la mujer por su condición de mujer, y poseer, como todos, defectos, debilidades y pasiones. Pero como la mujer se preocupa por sus derechos e igualdad plenos, se dedica seriamente a su formación intelectual, de conocimientos y trabaja sin descanso en su perfeccionamiento.
La mujer entiende más claramente que el error es resultado necesario de la naturaleza humana y análogamente la pasión es natural y necesaria, siempre que se la identifique y controle. ¿Por qué se mantuvo y se mantiene aún la discriminación hacia la mujer durante veintiuna centurias?, porque todas las sociedades desde su estado larvario han estimulado, sin detenerse en su acción, la preeminencia y el dominio del hombre.
Otra explicación válida y profunda es que el amor nace cuando la idea de la alegría se añade a la idea de la causa que la ha producido; el odio nace en la mismas condiciones cuando la tristeza se une a la idea de la causa y porque se discierne algunos matices importantes del amor y el odio procedentes de la libertad que imagina y aspira la mujer en el objeto amado. El amor y el odio son más fuertes hacia la mujer que se cree libre e independiente, que hacia una mujer necesitada y dependiente.
Ciertamente, hay muchos hombres que están habilitados y son capaces de referirse con acierto y precisión sobre los derechos e igualdad de la mujer, pero no se interesan hondamente y con preocupación espiritual y de acción, solo se limitan arañar en la superficie del problema no resuelto, actitud por la cual se posterga para plácemes del dominio del hombre la irrupción de un escenario pleno de igualdad y derechos de la mujer. Y no hay que asombrarse de esta ambigüedad si se piensa en el enorme desafío y esfuerzo que significara para el hombre medirse con la mujer en igualdad de condiciones.
Sería un columnista sedicente sino no me hubiese concentrado en los términos utilizados en esta columna, vertidos con honestidad, veracidad y admiración, porque escribo sobre el ser más importante de la creación.
El autor escribió el libro “La Mujer”.
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